lunes, 28 de octubre de 2013

LOMM



Desperté con un hueco en el pecho, el vacío por la perdida de alguien esencial; Eva no se hallaba a mi lado, arropada por mis brazos. Me desperecé y me di una ducha bien fría. En cuanto acabé, me sequé y me vestí con la ropa que llevaba puesta la noche anterior. Estaba sucia pero era preferible a ponerse unos legings o unos pantalones de pitillo, de Eva, que aprietan tanto que se te secan las pelotas.

Entré en la cocina para prepararme café y algo para desayunar. Escudriñando en los armarios logré encontrar lo que parecían unas palmeras. Me contenté con ellas. Mientras la cafetera preparaba el café le rellené, a Koshka que ronroneaba y se restregaba ligeramente con la cabeza en mis tobillos, con pienso el bol de la comida. Dejé que comiera tranquilo y salí al balcón. De la calle llegaron los ecos lejanos de una conversación:

- Dios como me ponen las nórdicas...

- O legalizan la prostitución y que paguen IVA o esto no se levanta... Me refiero al país, no a mí nabo.

- ¡Cállate la boca Sandokán, que te huele el aliento a chocho sudao!

Y otras dos vidas desaparecieron calle abajo. El día era desapacible; la nubes grises trasladaban hacia el mar la contaminación que flotaba en el ambiente de la ciudad y el sol apenas penetraba a través de ellas. De uno de los pisos superiores cayo una lata de cerveza que fue a parar a la maya de alambre que había colocado el ayuntamiento para evitar los desprendimientos de la fachada y, que, con el tiempo, y el civismo de los vecinos se había convertido en el vertedero particular de la comunidad. Periódicamente unos operarios del ayuntamiento se encargaban de quitar la maya para recoger la basura y colocarla, de nuevo, limpia. Previniendo que el capullo del vecino iba a tender la ropa sin preocuparle que pudiera haber debajo entré en el comedor y me estiré en el sofá; con una inquietud apoderándose de mi, lentamente.

El mando del televisor se me clavaba en la raja del culo y me incomodaba. Me moví bruscamente hasta que cayó al suelo y alargando el brazo conseguí pulsar el botón de un canal, que resultó ser el de noticias 24 horas. Tras tal esfuerzo titánico cerré los ojos e intenté dormir con la esperanza de que al despertar Eva hubiera vuelto. En el proceso de coger el sueño intercalaba las noticias sobre el último lanzamiento de la hamburguesa tortillera de una conocida marca de la cual procuraban remarcar su nombre o las reclamaciones de una asociación de daltónicos para que se eliminara el rojo y el verde de las ciudades; con momentos de revelación donde descubría que una parte de la fascinación que sentía por Eva venía dada por la libertad que ostentaba en sus actos; cuando pensaba que al fin la había alcanzado ella se empeñaba en demostrarme con su ausencia lo alejados y unidos que estábamos. Me dormí con la voz aflautada y monótona del presentador.

El estrépito de una puerta cerrándose seguido del ruido de unas llaves cayendo al suelo me desveló. "¿Sería Eva? No, ella solía ser más discreta al entrar al piso", pensé. Era su compañero de piso,"mariquita mala" confesa, que en cuanto me vio dijo:

- ¡Carlos! -se echó las manos a la cabeza- ¿qué te has hecho en la cara? ¿Y esos pelos que me llevas? Deja que vaya a buscar a mi cuarto el maquillaje y te pondré listo como si fueras a salir de fiesta.

Lo que faltaba. El día que quería estar con Eva o, en su defecto; sólo, tenía que aparecer el plumón de Edu. No le contesté, no obstante, él no escuchaba a nadie. Hablaba en voz alta desde su habitación; gustándose.

- ¿Donde lo habré puesto?.. ¡Aquí está! Carlos prepárate que saldrás como un hombre nuevo. Incluso yo me enamoraré de ti.

Para él no había otra vida que la que estaba viviendo, no había descubierto otras opciones, ni dilemas de embergadura había obstaculizado su camino; un superficial sin opción a réplica. En otras circunstancias lo hubiera enviado a la mierda pero supe contenerme y me limité a contestarle educadamente:

- No hace falta que lo traigas.

- Venga que te quedará bien -insistió.

- No.

- Hijo, que soso eres.

De la habitación pasó a la cocina a prepararse un baso de leche. Todo lo que hacia me lo narraba, incluso las cucharadas de azúcar que añadía a la leche. Debía pensar que estaba en medio de un experimento científico. Cuando terminó el procesó de elaboración de su obra cumbre regresó al comedor.

- ¿Y que me cuentas? -me preguntó y dio un sorbo al vaso de leche.- ¿Al fin te has hecho a Eva?

- ¿Como lo sabes? -bromeé.

- Soy muy femenina. ¿No lo habías notado?

- Sí, esa barba te delata.

-Va, no te desvíes del tema. ¿Verdad que estás con ella? -insistió.

-¿La verdad? No lo sé. En ningún momento nos hemos sentado a hablar sobre que es lo que somos o queremos ser. Me inquieta la incertidumbre de no conocer cual será su respuesta si le propongo salir; es tan volátil. Hay mañanas que es la personificación de la ilusión y el optimismo pero esa misma tarde hablas con ella y su carácter se ha vuelto sombrío e irritable. Tal vez deba esperar a consolidar lo que sea que tenemos.

- Ya, ya...

Edu dio la respuesta tipo cuando no se ha comprendido o empatizado lo suficiente con el interlocutor. Poco me importaba, necesitaba hablar con alguien urgentemente aunque no entendiera una mierda.

- Me gusta... la quiero; es innegable... pero -titubeé- ¿que busco en ella?, ¿amor?, ¿ofrecerme como sacrificio para su redención?, ¿beber una gota del bálsamo de Fierabrás? ¿un cortafuegos que me aisle de mis miedos?, ¿la nostalgia de una verdadera vida?.. Demasiadas preguntas en una cabeza cansada de razonar ¡Basta! Si ahora estuviera aquí... todo sería diferente. En cambio me encuentro solo sentado en el sofá hablando con, practicamente, un desconocido. Ando en círculos... estoy harto de todo. Vivimos alienados en nuestras miserables casas aspirando a conocer a alguien que nos haga más soportable la humedad del pozo.

- Si decoras el pozo con gracia llega a ser acogedor. En una nave abandonada vi una pintada que te pega bastante:  "Hell is the other people" -dijo mientras miraba la hora en el reloj-. Que tarde es, he de irme que he quedado en el Bacon Bear con mi osito.

Su osito era un 30 añero alopécico, con una pronunciada barriga y mucho pelo emergiendo por las aperturas de su ropa. Solía comentar que la tenía pequeña pero juguetona y que cada vez que quedaban el osito le obsequiaba con algún regalo.

- Una pregunta -dijo, Edu, levantándose de la silla- ¿Como descifras a las personas?

- Para conocer a las personas sólo hace falta leer las puertas y paredes de los baños de los bares y las universidades

- ¿Y como soy yo?

- ¿Eres cínico?

- Probablemente.

- ¿Eres feliz siendo cínico?

- Sí

- ¡Entonces no eres un cínico porque los cínicos no son felices! -sentencié.

- Suenas como un nihilista -replicó.

- ¡Pues me cago en los nihilistas también!

- Chao -se despidió Edu.

- Adiós.

Un resquicio en la autoestima me empujó ante el espejo del baño. Cara a cara con el anonimato que miraba, suspicaz, desde fuera, reclamando respuestas a sus preguntas:¿ese soy yo?,¿quién soy yo? Realidades abstractas que se presentan las tardes de domingos lluviosos, mientras aguardas, una señal procedente del pasillo, sacándote espinillas de la nariz para que tu maltrecho físico cree una mejor impresión. Era la confirmación de la ruptura entre el yo, que se reconocía autónomo, y un cuerpo que solía ceder ante las argucias de la belleza. No cabía otra, debía encauzarlos hacia un mismo fin que los fundiera en uno, y, a la vez, los dividiera en una infinidad de calidoscopios de colores.

Las uñas se clavaban en la nariz roja presionando los puntos negros que, tras una breve resistencia, salpicaban el espejo. Cuando terminé arranqué un trozo de papel de váter y me dediqué a limpiar el espejo procurando no dejar rastro. El Yo lo contemplaba con una mirada fría y distante, desaprobando mis acciones. La soledad puede llegar a ser abrumadora; más aun con los graves de una bachata llegando desde el piso de arriba. Corrí al comedor, cerré las cortinas y volví a estirarme en el sofá intentando dormirme para no tener que pensar en nada. Eva, Eva, Eva, Eva... en ráfagas de un eco indefinido. Era agotador descubrirme solo en el mundo, reconocer que las situaciones "especiales" no se sustentaban si las analizaba detenidamente. Frenético y sudoroso pase del comedor al cuarto de Eva y me escondí bajo las sabanas desechas, entre camisetas por planchar y lencería sexy. Miles Davis vigilaba, taciturno, desde las alturas de la pared, mis movimientos. Aquel día nada mostraba alegría. Notaba el cuerpo pesado y los ojos me dolían como si no hubiera dormido durante una semana.. Creo que me dormí.

Mi precario refugio fue alcanzado por el tintineo de unas llaves...

-¡Eva! -grité al verla plantada en la puerta del cuarto, mirándome perpleja.

Nunca había deseado tan fervorosamente que apareciera una mujer en mi vida.

- Max, ¿que haces metido en la cama a estas horas?

- He sufrido un terror diurno, pero no nos perdamos con divagaciones sin sentido. ¿Que horas son?

- Las 6 de la tarde.

- ¿Podemos ir a dar una vuelta?

- Mientras no sea una de tus famosas vueltas infinitas. Venga, péinate un poco y salimos.

-¿Que haría yo sin ti, Eva?

- Ser libre -sentenció.

Cuanta razón en tan pocas palabras.  Me hallaba en constante persecución de unas ideas primigenias a la vez que mis acciones me encaminaban a la desaparición de cualquier rastro de ellas.¿Sería la soledad el único recurso viable? Lo desconocía.

Me eché el flequillo a un lado y bese a Eva, que colocaba un libro en el escritorio, en la mejilla.

- Listo -dije.

Eva salió primera, dando saltos por la escalera, y yo la seguí de cerca tras cerrar de un portazo. En la calle se respiraba un ambiente diferente, más alegre, aunque oliera a fritanga, meado y cloaca, el sol asomaba entre las nubes que se dejaban llevar por esporádicas ráfagas de viento que mecían las sabanas tendidas. Las personas habían salido de sus madrigueras y charlaban animadamente parados en mitad de la calle sin percatarse de la presencia de un camión de reparto que ansiaba tocar el claxon para ahuyentarlos, se oía jaleo en los bares, gente maldiciendo en los cibers, gritos y risas, y, entre todo aquel jaleo un riff característico acompañado de una voz un tanto homosexual que emergía, a través de un balcón abierto, de las profundidades de un comedor; algo que nos transporto a cuando eramos adolescentes y visitábamos (sin conocernos todavía) ciertos tugurios donde se lograba escuchar heavy o sucedáneos.

I was made for loving you baby
You were made for loving me
And I can give it all to you baby
Can you give it all to me

Nos perseguimos el uno al otro corriendo por las calles, cantando el estribillo de la canción, señalándonos, acariciándonos con la mirada y, finalmente, abrazándonos. A nuestro paso algún que otro melenudo que conocía la letra levantaba el brazo y hacía el símbolo de los cuernos mientras, ante tal muestra de efusividad, los presentes más vetustos discutían sobre el devenir de las nuevas generaciones. Me hubiera parado a escucharlos sino fuera porque Eva absorbía toda mi atención. La seguí con su culo como punto de referencia en el mapa, perdiéndonos por bulevares transitados y coloridos y por callejones donde la humedad, la basura y las moscas eran las únicas residentes permanentes. Al cruzar miradas con Eva me transmitía una placentera felicidad, una ingenua serenidad, una invitación a romper las cadenas de la razón y lanzarme en brazos de la pasión. Cuando las piernas flaqueaban  nos escondíamos en oscuros y descuidados portales y nos mirábamos mutuamente con deseo hasta que, recuperados, nos lanzábamos al reencuentro concluyendo siempre con un prologando y tórrido beso. En ocasiones una mano traviesa se excedía con las cosquillas y traspasaba a la laguna prohibida generando incontrolados estallidos de pasión que los turistas, de mudanza con sus maletas gigantes, observaban como si fuéramos animales del zoo. Entonces emprendíamos de nuevo la carrera esquivando peatones,ciclistas y palomas bombarderas, y, acompañando a los niños en sus chutes al balón. Empezó a chispear o quizás fuera un vecino regando las plantas. Eva me cogió de la mano y apretó; dos veces. Una señal inconsciente que indicaba un destino: la sede clandestina del LOMM.

- ¿Pasamos por el Elias a ver quien hay? -pregunté.

- No los conozco mucho... - contestó tímidamente.

- Son buena gente, ya verás.

El LOMM era una asociación clandestina de rájers que nos reuníamos varios días de la semana para poner en común nuestras peripecias vitales y despotricar de todo lo imaginable. Solíamos ser tres: Jose, Alex, y yo, aunque de vez en cuando algunas personas inconscientes se dejaban caer por la sede del grupo para participar en "La Gran Rajada", que tenía lugar días después de un fracaso amoroso por parte de algún integrante del grupo (constantemente). La sede permanente se ocultaba en una habitación contigua al almacén del bar Elias, en el primer piso. El Elias era un lugar telúrico, un centro de poder donde se reunían desde currelas, abogados, abuelos domingueros, borrachos, ludópatas y otros seres inclasificables.

Cogidos de la mano cruzamos, con paso veloz, la plaza dedicada a la plantación de resplandecientes terrazas de aluminio y torcimos a mano izquierda por la calle más estrecha y lúgubre. A unos 10 metros se vislumbraba un diminuto cartel con lucecitas de colorines donde se leía: bar. La nueva innovación del Elias para atraer clientela. A medida que nos acercábamos el griterío y los golpes de fichas de dominó sobre la mesa se iban tornando en palabras inconexas; ¡Mathiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiilllllllllllll!, ¡Aleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeessssssssssss!,¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh!,¡El tren de port bou!,¡Mineral water!.. Me eché a reír. Reí hasta llorar. Al inicio, Eva me miraba con incredulidad, no entendía que estaba pasando, pero, tan dada al dejarse llevar, se contagió y también estallo en carcajadas.

Entramos en el Elías y fuimos recibidos por el excelentísimo Fly-Fly; supuesto conde de unas islas caribeñas que gastaba su fortuna, cada tarde entre quinto y quinto, en las tragaperras. Poseía un escudero, de nombre "Maño", que regentaba un bar en la misma calle y que le acompañaba cada tarde en sus aventuras tragaperriles. Sir Fly-Fly era alto y panzudo, con una calva central flanqueada por pelos mugrientos a los lados que se desplegaban en una barba enraizada. Vestía camisas repletas de manchas de aceite y vino y pantalones "tío paco", sujetos con un cinturón de cuero. No conocía mucho más sobre él aunque siempre que me veía me trataba con familiaridad y entablábamos conversaciones sobre fútbol o recuerdos que conservaba del pasado en las islas.

Sir Fly-Fly abrió exageradamente los ojos y repasó de arriba a abajo a Eva. Por unos instantes no supo que decir y quedó paralizado. Cuando se recuperó, me dio un apretón de manos, sonrió pícaramente y formuló su pregunta habitual:

- T´han fullat?

- Hahahaha -el cabrón sabía jugar-. Sí que m´han fullat, sí.

- Eso es lo importante- dijo y se dirigió a Eva-. Cuidamelo, es un buen chaval.

- Lo intento, pero no se deja.

- ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhh!... -contestó Sir Fly-Fly echando la cabeza hacia atrás e inflando la papada como un sapo- ¡Maño!¡Maricón!¡Págame un quinto! -prosiguió mientras se adentraba en el bar.

Recorrimos el estrecho pasillo que conducía al comedor, parandonos en la barra para pedir unas cervezas y unos cacahuetes con cáscara. Sebas, el gentil propietario del bar, no aparecía. Un abuelo, bronceado hasta la rabadilla que jugaba intensamente al dominó, pegó un grito:

- ¡Sebas!¡Deja de colgar fotos borrosas y sal que el chico está esperando!

- ¡Calla!¡Que ahora están de moda estas fotos! -replicó Sebas- ¡Voy!

Desde el marco de la puerta del comedor preguntó:

- ¿Qué queréis?

- ¿Están arriba?

- ¿Bocata de panceta y cerveza?¿Y para ella?

- Sí, y unos cacahuetes con cáscara.

- Otra cerveza, por favor.

- Ahora os lo traeré.

 Juanpe ladraba en el piso de arriba y bajó corriendo por las escaleras para saludarnos con saltos de júbilo y movimientos de cola. Subimos las escaleras a tientas, con la luz que salía de la habitación del primer piso como referencia, procurando no tropezar con Juanpe que se nos cruzaba por debajo de las piernas. Arriba nos esperaban Jose y Alex. Fue una grata sorpresa encontrarlos a los dos. Nos saludamos efusivamente, entre besos y abrazos. Eva, por timidez, se mostró distante, excepto con Juanpe que la buscaba constantemente y saltaba sobre ella. En la habitación apenas había sitio para más personas. Una mesa de plástico, cuatro sillas carcomidas,  un sofá roído y un viejo tocadiscos en marcha conformaban el austero mobiliario. Alex había pintado de blanco la única pared que no estaba desconchada. En ella solíamos escribir ocurrencias que surgían en las charlas entre cerveza y cerveza: nombres de chicas, filosofadas. bizarradas...

Eva leyó en voz alta la pared:

- "La gente no discute sobre lo que sabe de Kant", "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", "Juanpe for president" -dejó de leer y se fue riendo a sentarse, junto a mi, en el sofá.

Con todos bien acomodados y un piano de fondo, Jose cogió un libro de la mesa, lo abrió y se dispuso a leer como un rapsoda:

- "La gente capaz de amar, en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito. Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que para el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales."

Juanpe ladró interrumpiendo la lectura para posteriormente revolcarse entre el regazo de Eva que le acariciaba la barriga y lo miraba enternecida.

- Antes lo hablábamos con Alex -Jose retomó una charla anterior  nuestra llegada-. Es difícil saber cómo querer vivir. Ver las cosas con la fascinación de un niño es difícil, pero hay que hacerlo. La naturaleza, el amor, la música, esos momentos de paseo escuchando post-rock, las miradas inocentes; por mucho que crezcamos si perdemos eso si podemos considerar que hemos perdido.

- Supongo que no se pierden, sino que van siendo aplastadas -apostillé-. Vivir es difícil pero hay que fluir como el agua. A veces vienen trols de rio y te ponen piedra o unos castores construyen una presa pero el rio sigue su curso, aunque sea bajo tierra.

- Aquí la gente me mira extraño porque la mayor parte del tiempo tengo una coraza de soltar guarradas, provocar e incluso ser desagradable o escatológico, o pasar de todo hasta la capullez, pero cuando suelto, muy de vez en cuando, algo de lo que pienso realmente como por ejemplo discursos como el tuyo o me emociono como un niño por alguna cosa de la naturaleza, de la vida, o hablo del amor con esa pasión, tan naif para la mayoría, me miran aun mas extraño. Pero me da igual, en el fondo se que muchos de ellos sienten admiración o extrañeza pero en el fondo nos quieren por ello; por la sinceridad de nuestros sentimientos y eso no es mas que una señal de que vamos en el camino adecuado, de que tenemos razón, de que la felicidad y el amor son algo natural y que se ha perdido pero las personas aun saben reconocerlo y apreciarlo -dijo Álex, apasionadamente-.

- Ellos te miran con nostalgia -dije-. Como un heavy calvo que ve un melenas y piensa: ai... cuando yo tenía pelo... Pues todos están igual. Es como dejarse el gas encendido, al principio lo hueles pero cuando es demasiado tarde te duermes y explota todo.

Guardamos silencio. Eva asistía a aquella conversación como un niño en una comida de adultos; pasó del desconcierto a la fascinación. Retomé la conversación:

- Hace unos días fuimos de acampada a la montaña y al volver me entró una especie de tristeza.

- Sí -afirmó Álex.

- A los pocos días me reenganché.

- Si, volverás a la linealidad -comentó Jose.

- ¿Y esa tristeza, no la determinas en un punto? -preguntó Eva.

- No, es algo general; es como tener recuerdos de que alguna vez viviste en bolas en el paraiso.

- Ahahahahahahaha -rieron todos.

- Yo a eso le llamo anhelos, como recuerdos de otra vida que acuden a tu mente para darte un toque de atención -dijo Jose.

- Sí, estos días he tenido un viaje chamánico, como si fuera un indio. No sabría explicároslo. He dejado de ser racional para ser un todo.

- ¿Y eso que implica? -preguntó Eva mientras me acariciaba la pierna.

- Que dejas de ser una individualidad. Quiero decir, tus pensamientos dejan de ser una individualidad, cada uno con su propia idea y sus propios cauces, y se juntan todos, se juntan con la naturaleza, con la música...

- Estamos cansados de todo ya, eh... dijo Jose con una media sonrisa.

- Sí - dijimos todos al unisono.

Sebas interrumpió el dialogo trayéndonos el bocata, los cacahuetes y las cervezas. Tras lo cual se marchó silenciosamente.

- Siento interrumpir, ahora lo retomamos, pero ha llegado el momento del "cacahuetazo" -dije levantándome del sofá para ir a buscar los cacahuetes de encima la mesa.

Eva me miraba perpleja, desconocía de que hablaba y no sabía que hacer.

- El "cacahuetazo" es nuestro rito de iniciación. Es sencillo, coges un cacahuete y lo tiras por la ventana que tienes detrás de ti -le explicó Jose.

- Voy a mirar si hay cava en el almacén -dijo Álex.

En nada estaba todo dispuesto. La ventana abierta de par en par, Eva, con el bol de cacahuetes en las manos, sentada en el sofá y Álex listo para descorchar la botella. Un sonido seco y el tapón salió disparado hacia el techo rompiendo una bombilla fundida. Juanpe se excitó y empezó a ladrar y perseguir el tapón de corcho por la habitación. Eva lanzó el cacahuete de rigor por la ventana y me abalancé sobre su regazo para aprovisionarme de cacahuetes y lanzarlos en todas direcciones. En segundos los cacahuetes pasaban silbando, rozando nuestras cabezas, mientras otros impactaban de lleno. Una confusión de gritos, cava derramado, risas y cacahuetes se apoderó de la habitación.

- ¡Cabró!

- ¡Ahhaahaha! ¡Apunta maricó!

Una panceta salió volando por la ventana mientras nosotros, rodando por el suelo, reíamos desaforadamente.

sábado, 20 de octubre de 2012

Attention



Vomitando los macarrones y el lomo de la comida. Vomitando bilis ácida y pegajosa. Vomitando sangre en una esquina de una concurrida calle donde los farsantes, fumadores y borrachos, abusan de las damas rendidas ante su perversa insistencia. El olor de la cloaca y el del vómito se fusionaban en una dulce fragancia, digna de una mugrienta vagina. Mareado por la pestilencia gateé, por el suelo adoquinado, repleto de burillas, caucho, orín de perro y mierdas de paloma, palpando las paredes en busca de algún saliente que me permitiera levantarme y distanciarme de mis desechos. Al fin lo encontré; el pantalón cagado de una joven vestida con tatuajes coloristas. Nunca imaginé que agradecería tanto la presencia de esos calzones de abuela. He de  confesar que sentí una devoción momentánea por ellos y su propietaria, pero, por causas ajenas a mi voluntad, no duró mucho; la chica pareció no entender la situación crítica en la que me hallaba y, enarbolando su bolso de cuero de cerdo, quiso alejarme de su culo. Que poco valoró mis atenciones hacia su escuálido trasero; nadie antes lo agarró con tanta rudeza como yo. Supongo que esperaría que le leyera una poesía que escribió Becquer inspirándose en su trajano. Aunque me inclino a pensar que ni lo conoce.

A trompicones logré escapar de las iras de aquella santa mujer y refugiarme, detrás de unos bancos cubiertos de verdín, del clan de amigas camorristas que le acompañaban. Noche estrellada la mía. Primero la pareja de capullos amigos de Eva; después salí con Eva; pero resulta que no porque dejó a Javi; me volví a declarar y no recibí una respuesta clara; y por último el oráculo de Delfos me lanzó sus predicciones y me regaló su boina. Solo faltaba que pillara el tétanos clavándome un hierro suelto del banco.

- Cerveza, beer, amigo... Cerveza, beer, amigo... Cerveza, beer, amigo... amigo... ¿hachís?

- ¡No coño! -le grité modulando la voz, intentando evitar que la turba sedienta de sangre que patrullaba la calle me descubriera.

- Malditos robots de los cojones - maldije cuando se fue a sacar su mercancía de entre unos arbustos secos.

Me levanté, me ajusté los pantalones y miré a lo largo de la calle para comprobar si se habían calmado los ánimos. Todo parecía retornar a su anormalidad: la vecina del 3º2ª del 29 jadeaba fingiendo como una fulana barata, su novio nos anunciaba su corrida, tras 20 sacudidas, con un gran oooooooooh; la vieja del 1º1ª del 18, como buena guardiana del castillo, arrojaba, por el matacán (balcón), improperios y cubos de agua a las hordas de hombres, de vejiga inquieta, que se colaban en el rellano; el músico noctámbulo del 2º2ª del  15 nos deleitaba con el armonioso sonido de la trompeta desafinada que apenas sabía tocar; en las puertas de los bares se concentraban los fumadores, y algún despistado que pretendía fumar, para iniciar el proceso del cortejo: muestra del género, palabrería barata y aguardar, resignados, que la mujer imponga sus condiciones. Hechos normales en nuestra realidad desvirtuada por mensajes engañosos, conceptos erróneos y mentalistas de poca monta. Cada persona, en aquella calle, representando, su papel impuesto, por él mismo o por el ojo ciego que controla nuestros pensamientos, pretendiendo ser lo que no son. Porque creen que la única manera de ser alguien es ser alguien otro. Nos comportamos ante la libertad como con el anciano ante la muerte; nos aterroriza el no poder controlar lo que sucederá después de dar el gran salto. La única persona libre que osó poner un pie en la calle fue un hombre, menudo y desgarbado, con una barba mugrienta y una coleta aceitosa, con unas gafas de sol que le tapaban los ojos,  pantalones recortados por los bajos y chirucas agujereadas, que se paseó dando palmas, de una forma arrítmica y estridente, y saludando a los jóvenes que se cruzaban con él. El cambio brusco de la arbitraria rutina no complació a la mayoría que, democráticamente, optó por lincharlo a cuchicheos, insultos y olvido. El peculiar personaje ni se inmutó y redobló sus esfuerzos; las palmas aumentaron en intensidad y sonoridad haciendo salir, de sus madrigueras, a los vecinos, lobotomizados por el televisor, para distraerse con aquel loco.

El mareo no cesaba, no obstante, podía desplazarme, sin arrastrarme, hasta el bar más cercano. Cuando pretendía alejarme de Eva resultaba que me acercaba, inexorablemente, hacia ella. Era el bareto al que solíamos ir con los amigos heavys de Eva. Perdón, amigos no sería la palabra adecuada; mejor definirlos como: buitres ebrios. Lo solía comentar a Eva pero ella se había dado cuenta mucho antes y me despachaba con:" no quiero cerrarme puertas". Ah, la cerrazón me nublaba la mente. Conociendo su gusto por las melenas y su entrada triunfante, en los inicios acompañada por mí y relegado a un segundo plano a medida que su popularidad crecía, en ese mundillo no me sorprendía. Ni tampoco que tuviera un rollo con un amigo mío que nos acabó abandonando en un orfanato de parejas. Pacientemente aguardaba mi oportunidad. Nuestros sábados a solas conversando sobre nuestras alegrías y nuestras penas era una recompensa por la que merecía sufrir. Sus amigos heavys se consideraban competidores, y veían en mi uno en potencia. Con dos cubatas acababan hablando de sus hazañas sexuales, todas falsas porque las chicas con quien, supuestamente, lo hacían siempre gemían sólo metérsela y, como en una porno, les gritaban desquiciadas de placer: "¡OH, QUE POLLÓN!" o "¡ERES EL MEJOR TIO QUE ME HA FOLLADO!". Las frases las repetían, invariablemente, cada una de las mujeres con las que habían compartido lecho. Yo, prudente, me reía discretamente hasta que no resistía y les preguntaba si también les gritaban que no habían sentido lo que era un orgasmo hasta ellos o les explicaba que si sangraban es que eran vírgenes. Evitaban contestarme enfureciéndose, haciéndose los ofendidos o retándome a una partida al futbolín. Aceptaba con la única condición de que Eva fuera mi pareja. Eludiendo las razones obvias de mi elección, se daba el caso de que Eva era una delantera formidable y yo un portero contundente; tándem imbatible. Nos pasábamos horas jugando sin poner un euro; los dos juntos luchando por un objetivo común. Era una pequeña anécdota, inmersa en la globalidad de una vida sin alicientes, que me colmaba de felicidad los días en que jugábamos.

Los habituales no faltaron a la cita de los sábados: apalancados en los bancos del fondo los trues, los ortodoxos de la tribu, con las chupas tejanas recubiertas de parches de los grupos míticos del heavy clásico (Iron Maiden, Metallica, Slayer...); en las mesas centrales los petados del cubo; a su lado, en la penumbra, las nuevas generaciones, viveros de granos de pus y espinillas, aficionados a sonidos nuevos y "experimentales" como Slipknot, tomaban refrescos mientras sacaban a escondidas la botella de wiski; en la barra, los veteranos calvetes, que ya eran heavys cuando se extinguieron los góticos. Todos ellos amenizados con las canciones pinchadas por el dj residente de nombre desconocido y apodado, entre la concurrencia, David Guetta. Me posicioné en la barra y saqué la cartera del bolsillo del pantalón para tener el dinero apunto para pagar. El camarero me vio y se acercó.

- ¿Qué te pongo?

- Una jarra.

La rellenó hasta que se derramó, pringando su mano. Me la dió y pidió el dinero:

-  2,5 euros.

- Antes valía 2 euros -protesté.

- Hijo, ha subido el IVA -se justificó.

- Pues en cago en Rajoy, en la Merkel y en la familia Romanov.

- Jajaahjaj... -se atragantó con un pollo- sí que son unos hijo puta. Cualquier día los pillamos a solas y les damos candela, eh.

Al cabrón del propietario del bar también deberían dársela por explotaros, inflar los precios y forrarse a costa nuestra, pensé mientras me dirigía a mi rincón alejado de los focos. La puerta de la entrada se abrió rechinando y aparecieron mi querida tatuada y un tipo, con tupe y camisa a cuadros, que, la sujetaba por la cintura, aparentaba ser su última compra en las rebajas. La fragancia de la colonia del maniquí mezclada con la mugre de una semana que le envolvía la piel se dispersó por el garito, apestándolo, e irritando más de una garganta con debilidad por el gargajo. Un escupitajo fue directo a mí pantalón, a la altura de la rodilla. Me harté:

- ¡Gilipollas!

- ¿Qué has dicho? - me increpó un (tipo), con los dientes negros, color que combinaba con sus greñas y el rasurado de sus sienes, mientras dejaba la jarra de cerveza sobre la mesa.

- Discúlpate gilipollas -le repetí con vehemencia.

- ¡Cómeme las pelotas! -me sugirió amablemente.

Me desabroché los botones de la bragueta, saqué mi polla y apunté hacia la jarra de cerveza que él había puesto en la mesa unos instantes antes. Sin titubear la meada brotó como un manantial y con gran precisión lleno la jarra; el chorro dorado completó el ciclo. El paradigma del panteísmo.

- ¡Jodido pirado! ¡Tú te lo has buscado! -dijo avalanzandose sobre mi.

Me dio tiempo a abrocharme el botón superior del pantalón y a protegerme la cara con las manos. Me atizó un puñetazo, duro, en la mandíbula y le siguió otro dirigido al pómulo derecho que me hizo tambalearme. Se armó mucho jaleo a nuestro alrededor y el camarero sacó la cabeza por allí intentando enterarse de lo que sucedía. En cuanto lo advirtió me agarró por la espalda y me echó del local. Recuerdo que durante el trayecto me vibraban los cojones y creí estar al borde de la muerte. Una vez fuera, desplazándome sin rumbo, me los palpé y percibí un bulto rectangular; el puto móvil. Volvió a vibrar. Era Eva:

- ¡Max!¡Max!¡MAX! Ayúdame... Un hombre... No entra la llave.

Me costaba entenderla.

- ¿Estás borracha?

- No, bueno un poco. No sé. Venme a buscar.

- ¿Donde estás?

- En el portal de mi piso.

- ¿Me tomas el pelo?

- No

Colgó. Eché a correr por la calle Robespierre como un carterista perseguido por la policía. Crucé varios semáforos en rojo, sin detenerme, hasta la esquina con Marat, donde torcí a la derecha. El camión de la basura, que bloqueaba el paso, me obligó a cortar en seco la carrera emprendida unos callejones por encima. Los barrenderos acercaban los containers a la parte trasera del camión y el conductor pulsaba el botón que los agarraba y los vaciaba en su interior. Aguardé a que concluyeran y continué corriendo con una mano en la mandíbula. Las campanas de la iglesia de San Basilio tocaron las 4 de la madrugada. Tras de mi un manguerazo se llevo a la cloaca los restos de basura que aun quedaban diseminados por el suelo. Retomé el ritmo hasta que, en la callejuela donde se reunían las putas para chupársela a los clientes, divisé la luz de navidad en forma de corazón que se encendía todas las noches del año. Tanto simbolismo baratejo era digno de un churrero de bestsellers. Un joven caminando solo a aquellas horas en ese lugar era un reclamo para las fulanas que aún no se habían arrodillado. Todas las miradas suspicaces y provocativas me perseguían a lo largo del camino. Una puta negra -prostituta de color para los correctos; sin especificar, tanto puede ser roja como verde- con la cara hinchada, los pechos desbordándose por encima del sujetador y la celulitis insinuándose alegremente bajo su minifalda, me llamó:

- ¡Oye guapetón!

Me hice el sordo y aceleré el paso.

- Te la chupo por 20 y te follo por 45. Precio especial para ti. -me ofreció justo cuando caminaba por su lado.

- Joder con la inflación -exclamé-. No, gracias.

- Tú te lo pierdes. No encontrarás una lengua y un coño como el mío en toda la ciudad -dijo retornando a la esquina.

- Estoy completamente seguro de eso.

Al girar vislumbré a Eva recostada en la puerta de su piso. Un hombre me sorprendió por su vestimenta propia de invierno: un gorro de lana calado hasta las cejas, anorak de plumas y pantalones de terciopelo. Con las manos en los bolsillos observaba a Eva con gesto lascivo. Poco después se bajó la bragueta de donde sacó una ridícula polla que empezó a menearse; el muy desgraciado se masturbaba con Eva. Lo que me faltaba. Sin tiempo para pensar fui directo hacia Eva, le cogí las llaves del bolso, la agarré en brazos y la sostuve hasta que nos metimos en el angosto rellano. La cara desencajada, el maquillaje corrido que le manchaba los pómulos y una mueca que pretendía asemejarse a una sonrisa le conferían una imagen patética. Entreabrió los ojos y con un hilo de voz me preguntó:

- ¿Max eres tú?

 - Sí, soy yo.

- ¿Estás enfadado conmigo?

- ¿Porqué tendría que estarlo? -ironicé-. Eso no importa ahora. ¿Puedes levantarte y caminar?

- Creo que no, estoy demasiado cansada por el ajetreo de hoy -dijo intentando levantarse ayudándose de la barandilla de la escalera.

- Entonces te subiré en brazos. Agárrate fuerte.

La cogí en brazos y ella paso los suyos por detrás de mí cuello. Al estar nuestras caras pegadas descubrió la inflamación, producida por el puñetazo que me había propinado el cafre del bar, y me preguntó:

- ¿Quién te ha hecho esto?

- Yo también he tenido un día ajetreado como el tuyo -bromeé.

Las escaleras eran tan estrechas que tuve que subirlas de costado. A pesar del deterioro en las facciones de la cara todavía conservaba la pureza e inocencia infantil; característica en ella. Alcanzamos el 2º2ª. Le pregunté cual era la llave, abrí la puerta y dejé a Eva estirada en la cama. Fui a la cocina, donde me recibió, desperezándose, el gato siamés de Eva, a buscar en la nevera algo de beber. Solamente tenía bebidas que aseguran hacerte cagar mejor y una lata de cerveza. Cogí la lata y volví a la habitación. La luz del escritorio estaba prendida. Metí la cabeza por el hueco de la puerta y vi a Eva, de espaldas, quitándose la ropa y poniéndose una camiseta larga y ancha y un culote de encaje negro y con transparencias. Poseía un culo delicioso; daban ganas de mordisquearlo hasta la extenuación. Qué decir de sus pies tan bien formados. Y su espalda, de línea sinuosa y sugerente que se perdía en la redondez de sus nalgas. Su desnudo me excitó sobremanera produciendo que mí polla se pusiera firme como una viga de acero. Me la toqué, como el pervertido de abajo, hasta que Eva se metió en la cama y, entonces, me adentré en la habitación, como si nada, bebiendo a morro de la lata. Encendí el portátil que tenía encima del escritorio y, desde internet, reproduje la canción Tomhet de Burzum. Necesitaba relajarme y transportarme a un mundo etéreo. En cuanto sonaron las primeras notas me senté al lado de Eva, que se hallaba acurrucada en la cama, posé mí mano sobre su cabeza y la deslicé perdiéndome entre los suaves cabellos castaños. Posteriormente fui recorriendo con la yema de los dedos cada una de los poros de su cara. Eva, por su parte, me acariciaba la espalda y yo ronroneaba como Koshka: el gato de Eva. Las caricias combinadas con la flauta que aparecía en la canción nos produjeron un estado entre paz interior y letargo. Eva me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos. Al contemplarla un sentimiento alegre y tierno lleno mí interior.

- Max -dijo Eva.

- ¿Si?

- Has estado tan pendiente en conocerte que has olvidado como relacionarte con los demás -dijo en un ataque de lucidez preludio del sueño.

- Posiblemente -me limité a responder.

- Abrázame -dijo, Eva, apartando las sábanas.

Obedecí sin oponer resistencia; era el momento adecuado para abandonar mí frialdad habitual y demostrar el amor que sentía por ella. Me descalcé, me quité los pantalones y la camiseta sudada y me metí desnudo bajo las sábanas con Eva. Le abracé pegándome a ella tanto como pude y, tras cierta indecisión, le besé con todas mis fuerzas. Ella respondió con la misma intensidad unos segundos pero el cansancio y la música pudieron con ella y se durmió abrazándome. Una brisa de aire que se coló por la ventana del comedor pudo conmigo y también sucumbí ante el sueño.

No dormí mucho. Un gritó desgarrador me despertó:

- ¡Max! ¡No me abandones! ¡Max!

- ¡Eva! ¿Que te sucede? -le dije agitándola como una muñeca de plástico.

Se despertó desorientada, mirando a su alrededor sin saber con quien estaba. Le cogí la cara y le miré fíjamente.

- Tranquila. Estoy aquí, contigo -dije, intentándola calmar.

- Prométeme que no me dejarás ¡Prométemeló! -imploró en un grito, si cabe, más desgarrador que el anterior.

- Te lo prometo ¿Porqué gritabas?

- He tenido una pesadilla. Vivíamos los dos solos en un ático de una ciudad desconocida. Tú estabas pintando un cuadro y yo, de pie y desnuda, te servía de modelo; era tu musa. Tenía la sensación de que éramos felices los dos juntos viviendo de aquella manera. Pero el timbre sonaba y aparecían dos de tus amigos y se te llevaban de mí lado con la excusa de que les acompañaras a la fiesta que organizaba uno de ellos. Cuando te ibas con ellos me dejabas tirada en el estudio y encima te llevabas la luz contigo. Todas las bombillas estallaban y las persianas de las ventanas descendían hasta ocultar cualquier atibo de rayo del sol. Te pedía, a gritos, que volvieras y tú hacías caso omiso a los gritos; como si no te importara abandonarme. Me quedaba completamente a oscuras. No se el tiempo que transcurría entre que marchabas y tus amigos volvían, riendo, sin ti. Les preguntaba por ti y me respondían que te habías caído dentro de una alcantarilla y que posiblemente estuvieras muerto. Me abalanzaba sobre ellos pero desaparecían como si jamás hubieran existido. Al instante me encontraba sentada en el asiento del copiloto de un descapotable rojo conducido por un maniquí coronado por un sombrero de copa. Corría tanto que me era imposible discernir las calles por las que conducía. A pesar de la velocidad te veía; cogido de la mano con otra chica. Pensaba que era una cualquiera y te lo decía desde el coche. Tú me escuchabas desde la acera y me contestabas que era mucho mejor que yo. Me dolía en el alma tu respuesta. El sentimiento de despecho y venganza me carcomía por dentro. Sin percatarme el maniquí me indicaba, con el dedo índice, la guantera. La abría y aparecía un revolver. No he disparado nunca uno pero en el sueño notaba como si el revolver fuera una extensión de mí brazo. Me aseguraba de que el tambor estuviera cargado y apuntaba al pecho de la chica. Sonaba un disparo y ella desapareció, como tus amigos. No dudaba y apuntaba a tu cabeza. Un disparo seco lanzaba la bala que recorría, en centésimas, la distancia que nos separaba. Te di en el ojo izquierdo pero tú no desaparecías. Eras real. La sangre brotaba de la cuenca de tu ojo. Al percatarme de lo que acababa de hacer me tiraba del coche en marcha e iba a ayudarte. No quería creer que estuvieras muerto. Tu ojo derecho seguía abriéndose y cerrándose. En cuanto me viste te levantaste y echaste a correr dejando un rastro de sangre detrás de tí. A pesar de que te perseguía esprintando cada vez te alejabas más. Te llamaba: ¡Max! ¡No me abandones! ¡Max! Y no recuerdo como continuaba porque, por suerte, me has despertado.

Me abrazó y se echó a llorar. Entre sollozos repetía:

- Te he matado. Max, te he matado.

- Sólo era un sueño -intentaba consolarla-. No pasa nada, ahora estás aquí, conmigo. Mírame con tus preciosos ojos. Tócame, compruébalo... Somos reales y estamos los dos juntos.

- No quiero perderte nunca. Lo eres todo para mí. Con cada gesto, con cada palabra me convences de que eres la persona que siempre he anhelado encontrar, caminando sola por las calles en un día de tormenta, leyendo refugiado bajo el amparo de un balcón;aguardando a que la lluvia cese.

Guardé silencio. No sabía como calmarla. Esta era otra cara, oculta, de Eva que todavía debía descifrar. Una frase ingeniosa quizás hubiera ayudado pero yo no soy uno de esos profesionales de la frase celebre. Me limité a arroparla en mí pecho. El sueño que me había relatado resultaba inquietante. Otro grano que se añadía a un culo con almorranas. Continuamos abrazados largo rato hasta que Eva se calmó. Entonces; me besó con una pasión desatada, parecía que el sueño la había recuperada del estado de debilidad con la que la encontré unas horas antes en el portal. Jugueteaba enroscando su lengua con la mía y con sus labios intentaba aprisionarla en su boca. Con sus dedos de pianista recorrí el cuello y la nuca y se recreaba tocándome los lóbulos de la oreja. Yo no me quedé quieto; le besé con lujuria el cuello y después mí lengua se deshizo en sus orejas y mí voz se perdió en su tímpanos. Sentía el calor de nuestros cuerpos en aumento y las palpitaciones de los corazones desbocadas, como un caballo sin riendas. La polla no tardó mucho en ponerse a tono; podía cortar paredes con ella de lo dura que estaba. Perdí totalmente el control de mi yo racional y me abandoné a los instintos. Eva proseguía con los besos y las caricias pero yo me salté varios pasos y colé la mano bajo su culot. Quería follármela, sin contemplaciones, de todas las maneras posibles, hasta que reventáramos como conejos en celo. Me recreé pasando la mano por encima de su pelo púbico bien recortado y que tanta gracia me había hecho la primera vez que lo descubrí. Con sigilo el dedo corazón fue inspeccionando los alrededores y halló la piedra filosofal; el clítoris. Me excité mucho al comprobar que el coño de Eva ya lubricaba antes de que lo tocara. Suavemente fui moviendo el dedo hacia arriba y hacia bajo. Eva me arañaba la espalda, me mordía la oreja y gemía en ella palabras indecentes.

- Ves más despacio -musitó en un gemido.

Al escucharla todavía tuve más ganas de follármela salvajemente, aunque tuviera que hacerlo en el techo y del revés. El dedo corazón se internó en su húmeda vagina y el pulgar le relevó en su sagrada misión de estimular el clítoris. Eva se dejó de juegos y descendió, recorriendo, lentamente, mí pecho con la lengua, hasta el capullo rosado que despuntaba. Primero me aprisionó el nabo con una mano y fue bombeándolo con delicadeza; mimándolo. Después acercó la boca y lo besó, recreándose en cada uno, como si fuera el último beso que fuera a darle. Su melena reposaba en mí barriga y me producía unas cosquillas que, combinadas con el placer que me ofrecía Eva con su boca, me hicieron estremecer. Contrariamente a lo esperado la furia animal que sentía fue apaciguándose con el saber hacer de Eva. El sexo ya no era la única idea unidireccional que regía mi mente. El amor hacia Eva logró fusionarse con el sexo convirtiéndolo  en un pensamiento en espiral que abarcaba todos los rincones de mi cerebro. Me aparté, le quité con los dientes el culote a Eva e hice que pusiera su coño en mi cara. Curtida como era captó la idea y la mamada siguió su curso mientras yo me perdía en los recovecos de aquel placer que unos meses antes tenía casi olvidados. Koshak se paseó, con paso ligero, por nuestro lado con total indeferencia, buscando el ratón de juguete con el que se entretenía. Con la lengua alternaba incursiones en la vagina y rápidos movimientos en espiral sobre el clítoris. La polla me iba a estallar de tanta succión. Eva quitó su coño de mí cara y se lo posicionó rozándome el capullo. Me miraba con una mezcla de lascivia y ternura; resultaba muy provocadora. Quería metérsela lo antes posible pero tenía algo que decirme:

- Aunque lo he hecho con más chicos y recientemente contigo quiero que sepas que lo voy a considerar mí primera vez.

¿Era una muestra de su amor o quería redimirse del asesinato onírico? No quería saberlo. Solamente quería desvirgarla de una puta vez. Y así lo hice. Le cogí del brazo y la puse de cara a la pared de la que colgaba un cuadro, de una mujer desnuda, que un tiracañas de la universidad le regaló unos años atrás. Aquella mujer abotargada de moqueta en el pubis no resistía la comparación con el cuerpo y el chocho abierto que aguardaba con ansias la primera embestida. Me pegué al culo de Eva y, cuando tuve la polla situada entre sus labios vaginales, fui metiéndola despacio; saboreando las paredes que me acogían. Eva lanzó un grito de dolor que fue sofocado por unos tímidos gemidos. Cuando mi polla fue engullida dentro de su coño me mantuve quieto mientras le agarraba los tersos pechos y manoseaba con los puntiagudos pezones. Acorralada entre la pared y mi cuerpo sudoroso Eva inició unos leves movimientos de cadera para engrasarme el cimbrel y sentirlo en su plenitud a lo que respondí sujetándole la cadera y embistiéndola de una forma progresiva. Si trataba de zafarse de mís manos descendía con una de ellas a su clítoris y, mientras le sacudía con intensidad, se lo masajeaba lentamente hasta que se le doblaban las piernas y se rendía girando la cabeza para mirarme y suplicarme que parara de tocárselo. El culo prieto, las piernas juntas y el coño contraído era una combinación explosiva que amenazaba con provocar que me corriera de un instante a otro. Opté por embestir con rudeza y sacar la polla pringosa del coño de Eva para, así, evitar que me corriera y finalizara aquel ritual místico. Le abracé por la espalda mientras le besaba la oreja y al boca. De nuevo nos situamos, de pie, cara a cara. Me sorprendió gratamente que Eva exteriorizara, sin tapujos, con un sonrisa, la felicidad que sentía; me reconfortó conocer sus sentimientos. Me abrazó por la cintura y arqueé las piernas para colocar nuestras caderas a la misma altura. Eva abrió las piernas dejándome el espacio justo para que pudiera adentrarme, de nuevo, en su interior. En esa posición duraba poco y Eva se percató por mí respiración cada vez más acelerada y los ojos perdidos en el infinito. Lentamente me condujo a la cama donde nos revolcamos rodando de un lado para otro y caímos, armando un gran revuelo, al suelo de la habitación. Puesta en cuclillas Eva me agarró la polla, la direccionó hacia su coño y se dispuso a cabalgarla como una amazona desbocada. El coño bien lubricado, en proceso de amoldarse a las dimensiones del pene, no opuso demasiada resistencia a que lo penetraran. Eva buscaba en mis gestos un signo de aprobación y lo encontró al verme con la cabeza apoyada en el colchón y la cara desfigurada por el placer que me producían sus acometidas y los delicados movimientos centrados exclusivamente en la punta de la polla. Había detectado un punto débil y lo estaba explotando a la perfección. Iba alternando delicadas sacudidas y prolongados morreos con salvajes meneos de las caderas y la barriga como si estuviera bailando la danza del vientre. Era una maquina de follar. El sonido del cascabel, que tenía incorporado el ratón de juguete en su interior, resonaba por el pasillo cuando Koshak jugaba con él mientras el la habitación el crujir de las maderas de la cama, la atmosfera cargada de olor sexo, las caricias y los besos  auguraban el inminente final. Eva se estiró sobre mí, uniendo nuestros cuerpos, y pegó su boca en mi oreja. Oía los gemidos martilleándome la mente, notaba la piel de gallina de Eva sobre mi pecho y mi polla apunto de disparar el semen que tenía acumulado en los huevos. Creí que moriría de placer. Eva me asestó el golpe final a modo de suspiro revelador:

- Te amo Max.

- Te amo Eva.

En cuanto terminé de pronunciar su nombre la besé amorosamente y me corrí; llenándole el útero de lefa.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Caídos en ríos



- ¡No soy tu perro!- ladré con gesto amenazador.

- ¿Qué le pasa? -oí que le preguntaba, con desagrado, Javi a Eva.

- Se ha enfadado con su novia. -dijo Eva sin darle demasiada importancia a las palabras de Javi.

- ¿Desde cuando Carlos tiene novia?

- Hace unas semanas que empezaron a salir.

A lo largo de la conversación Eva fue alejándose de Javi y subió corriendo las escaleras hasta que pronunció la última frase dos escalones por debajo de donde me hallaba sentado, abstraído, releyendo el papel, escrito a mano, que acababa de encontrar. En cuanto me percaté de su presencia me levanté y le grité:

- ¡Ya voy!

Me sobrevino la percepción de haber vivido aquella escena en otra ocasión; me era demasiado familiar. Justo cuando pasaba por su lado, Eva, murmuró entre dientes algo intrigante:

- Ya hablaremos...

-¡Y tanto! ¿Hablaremos de Kitty y Levin? ¡No! Hablaremos de toreros y folclóricas -dije con desprecio.

No me contestó. Se quedó apoyada en un banco como encajando el golpe hasta que recobró el aliento y bajó precipitadamente por las escaleras a nuestro encuentro. La sala se había vaciado poco a poco. Exceptuando a los músicos que guardaban sus instrumentos, a una familia ociosa, que cuchicheaba y cuyo hijo nos señalaba con el dedo índice, y a nosotros tres, las otras personas ya se dirigían, satisfechas, camino de sus casas o alargaban la velada en otro local. El guardia de seguridad apareció, repiqueteando las llaves que le colgaban del cinturón que amarraba su traje negro, para avisarnos de que el museo iba a cerrar en breves minutos y debíamos abandonarlo lo antes posible. Le hicimos caso y nos fuimos al guardarropa a recoger el bolso de Eva y mi mochila.

Hasta el guardarropa nos separaba el amplio y luminoso salón que nos había recibido hace unas horas y que ahora se encontraba lejos de su esplendor inicial debido a la pobre iluminación que alumbraba poco más que las columnas de mármol de la nave central. En el ropero una empleada, con cara de malas pulgas, nos entregó el bolso y la mochila, y, bajó la persiana provocando un gran estruendo para que nos percatáramos de su enfado. Las luces se fueron apagando poco a poco dejándonos casi en la total oscuridad. Aquel era un día de contrastes y todavía desconocíamos lo que nos deparaba el futuro inmediato; pobres incautos. Eva no me había dirigido la palabra desde mi exabrupto y cuando volvió a hacerlo fue únicamente para decirme:

- Max, dejanos solos.

Sus palabras sonaron firmes y contundentes, y, vinieron acompañadas por una cara seria, casi solemne. No me atreví a contestar; calle y acaté. Pese a que no reconocía a Eva, tal vez por eso, no iba a darme por vencido tan fácilmente. Recogí mi mochila a toda prisa y me fui sin despedirme procurando no chocar con las paredes. Completé el recorrido hasta la salida, haciendo el mayor ruido posible para que me escucharan y pensaran que estaban solos, pero volví descalzo y de cuclillas al ropero. Me coloqué bien agazapado detrás de una columna y agudicé el oído para captar todo al detalle. Cualquiera que me hubiera visto pensaría que era un depravado sexual con alguna especie de fetiche por las columnas y me hubiera denunciado a la policía. Mi única defensa sería puntualizar que yo era fiel a las columnas dóricas, las otras no me atraían lo más mínimo.

La voz de Eva, autoritaria y segura, resonaba en el ropero y se expandía a lo largo y ancho del vestíbulo. Me sequé el sudor de la frente con la camiseta y escuché:

- ¿Que te pasa cariño? -dijo Javi en actitud conciliadora.

- Ya lo debes saber - Eva hizo una pausa tensa y retomó su discurso-. LLevamos meses discutiendo un día tras otro -de nuevo otra pausa-. Lo nuestro no va a mejorar... Tendríamos que...

- Se informa a los visitantes que el museo cerrará en breve - interrumpió una voz metálica que surgía desde las profundidades de las tinieblas.

Calló y reinó el silencio en aquel ambiente opaco y sofocante que me envolvía y que confería a los bustos colgados de las paredes y las estatuas dispersas por la sala un aspecto difuso y fantasmal. Maldije la información, del todo innecesaria, porque la negrura latente hacía evidente que iban a cerrar, si no lo habían hecho ya, que me impidió escuchar las palabras que Eva había dirigido a Javi. Con el oído al acecho fijé la vista en un busto de un calvo ilustre que me escudriñaba con sus ojos de forma amenazadora, como si reprobara mi actitud pueril. Mirara donde mirara las siluetas se alzaban sin un contorno definido uniéndose a las sombras, formando espirales, escondiéndose y acercándose, inexorablemente, a cada parpadeo; como si jugaramos a un juego enloquecedor. Estaba aterrado y perdido en un bosque repleto de árboles de piedra. Atenazado por las figuras danzantes una palabra de Javi (quien lo diría) me liberó:

- ¿Dejarlo?

No pensé en el significado y las implicaciones que comportaba el "dejarlo", simplemente giré la cabeza y, en cuanto divisé la luz anaranjada de las farolas que se filtraba por la inmensa cristalera de la entrada, me lancé, sin importarme que me oyeran, a la carrera como un galgo persiguiendo a su presa. En cuanto mi cabeza emergió al exterior cerré los ojos, respire aliviado y en último esfuerzo me estiré en unas escaleras de piedra transformadas en un banco improvisado. Sentía un cansancio atroz y las piernas me temblaban como si acabara de completar la maratón. Mi olor corporal lo confirmaba. La atmosfera seguía estando cargada y sucia pero la frialdad pasajera de la piedra imprimía la ilusión de una cierta libertad; vigilada. Estirado sobre la losa contemplaba las cuatro estrellas que destacaban en el firmamento y buscaba con empeño las que se habían extraviado o permanecían ocultas a causa del brillo de la luz artificial. Una ráfaga de viento cálido recorrió mi frente y se evaporó junto a una sombra escaleras abajo.

- Se va a matar - dijo alguien a mi espalda.

Erguí la cabeza y busqué más allá de la fuente a la figura de la que hablaban. Divisé una espalda encorvada huyendo por una calle lateral sin apenas transeúntes. Uno de mis acompañantes ocasionales recibió un watsap y no perdió la ocasión para hacérselo saber a su amigo.

-¡Tío, tío! Mira lo que me pone -le dijo mientras le pasaba el móvil a su compañero.

- Puf, va muy taja - confirmó el doctor. ¡Te lo está pidiendo! Ahora es el mejor momento para ir a por ella -recetó.

Me olvide de los dos cazadores exhibiendo sus piezas de caza y volví a la posición horizontal en la que me encontraba antes de su inoportuna interrupción. La sonrisa de Javi devoraba mi cerebro y su "dejarlo" sacudía mis frágiles cimientos. Empezaba a tomar consciencia de lo que había sucedido allí dentro mientras nos absorbía la negrura y las voces iban apagándose. Eva había dejado a Javi. No cabía duda porque era imposible que Javi, con lo enamorado que estaba y a pesar de que sospechara, dejara a Eva. Era comprensible que no quisiera; chicas como Eva no se suelen encontrarse de la noche a la mañana, y menos aun solteras y que deseen salir contigo. Él tuvo la suerte de que un amigo común los presentara en una fiesta de pijamas y de allí surgió el romance. Tampoco se mucho más porque Eva no hablaba demasiado de Javi, únicamente lo hacía cuando las cosas no funcionaban entre ellos. "Eva ha roto con él por...", y no me atreví a terminar lo que ya sabía.

Eché un vistazo a la decadente ciudad, donde el tiempo no reflexiona, y retomé mis pensamientos.¿Cuantas veces había vivido esta situación a su lado? Tres novios la conquistaron y la olvidaron al cabo de los años. Pasaba las noches entre los brazos de desconocidos para protegerse de sus miedos y encontrar un remanso donde sentir una pizca de cariño. Nunca me lo ha confesado pero estoy seguro de que el sexo es su particular manera de acercarse a los hombres y así hallar el referente de un padre. Su verdadero progenitor apenas se preocupaba de ella y de su madre; prefería beber hasta vomitar en un bar chino de un barrio de mala muerte y cuando cerraban visitaba un local de lumis para gastarse lo poco que tenía en la cuenta corriente. Cuando Eva tenía 11 años la situación se tornó insostenible y su madre pidió el divorcio y la custodia. La jueza al comprobar la rutina de su padre no titubeo y lo sentenció con la perdida de la custodia y a pagar cada mes cierta cantidad de dinero a la madre de Eva. Cumplió religiosamente los primeros meses pero paulatinamente fue ingresando una suma menor hasta que no ingresó ni un duro. Esta era la historia inventada sobre el padre desalmado de Eva, con la que dramatizábamos delante de desconocidos. Pero la realidad era esta: Eva no mantenía una buena relación con sus padres porque estos se dedicaban en exclusiva al trabajo en el hospital y en su consulta privada y se olvidaban de ella por completo.

Durante la primaria Eva no se relacionaba, a excepción de una chica, con ninguno de sus compañeros. Iba a clase; se sentaba en su pupitre y miraba fijamente con sus ojos caoba a la maestra y los alumnos. Cuando el último timbre sonaba recogía los libros y se marchaba a casa con la única amiga que tenía y que vivía a una calle por encima de la suya. Se encerraba en su cuarto donde, la mayor parte del tiempo, se abocaba al estudio, la lectura y a escuchar música. Transcurrieron los años y el periodo post-apocalíptico llamado adolescencia se presentó sin avisar. Hormonas, sangre concentrada, ídolos caídos, populares, horteradas varias y estupidez en grandes dosis se reunían en el colegio tomando posiciones para la lucha soterrada que iba a devenir a lo largo del curso. Eva hubiera preferido seguir siendo la chica introvertida y tímida que se sentaba al final de la clase y en la que nadie se fijaba pero se vio obligada a relacionarse para sobrevivir en aquella selva llena de primates en celo. Formó un pequeño grupo compuesto por 4 chicas y 2 chicos; bautizados por los envidiosos como maricones aunque uno de ellos salió con Eva; un mes. "Quien pudiera", pensó más de uno. Aquel grupo tan compacto en sus inicios fue agrietándose hasta que, al comenzar la universidad, se disolvió. Eva no se esforzó demasiado en conservarlo. Una vez, hablando de ellos dijo: "Eran buena gente... pero no me llenaban". Siempre le ha perseguido la tortura del vacío existencial y le ha sido imposible de henchir por más experiencias que vertiera en su interior.

No he recordado la universidad por casualidad. Allí Eva dio un paso al frente en todos los aspectos; en la facultad de historia del arte perdió la vergüenza, se relacionó con toda clase de personas y, finalmente, conoció a gran parte de sus actuales amigas y amigos; encontró un trabajo en una tienda de ropa para chonis y en cuanto ahorró cierta cantidad se fue a vivir, con unas compañeras de clase, a un piso del campus de la universidad y así no tener que dar explicaciones a sus padres. En la multitud de fiestas a las que asistía su autoestima crecía exponencialmente en relación con cada tio que la desnudaba con la mirada. Perdió su segunda virginidad con el primer novio serio con el que estaba; un tal Alberto con el que aguantó un año. Siempre me reía cuando decía lo de: "segunda virginidad". Coqueteó con ciertos grupos seudo mafiosos que pululan por la universidad pero al descubrir su funcionamiento piramidal se desencantó y los abandonó de inmediato. Al perder su inocencia infantil, resguardada bajo su sonrisa, desconfiaba de las personas que conocía y, a pesar de ser muy extrovertida, no mostraba ninguno de los rasgos íntimos de su personalidad ni exhibía sus gustos ni sus fobias; era la perfecta anfitriona.

Dio la casualidad que yo estudiaba historia en la misma facultad que ella y ahí es donde la conocí, concretamente en la biblioteca. Fue así: Mientras esperaba, balanceándome sobre la planta y la punta de los pies, a que la recepcionista me confirmara si les quedaba un libro, Eva pasó por mi lado. Lógicamente, en aquel momento, no sabía quien era, pero, ante tal belleza, no pude refrenar el enorme interés por conocerla. Disimuladamente la seguí con la mirada hasta que se perdió entre las hileras de estanterías. La encargada me avisó de que no lo tenían, que si quería podía guardármelo cuando lo tuviera. Tanto me daba. Sin contestarle me adentré en la biblioteca, con la imagen de Eva bien viva en la mente, dispuesto a encontrarla. Bajé una planta: nada. Subí a la primera y tras un paseó por los pasillos la vi sentada junto a la ventana, con unas hojas en blanco sobre la mesa solapadas por un libro abierto de par en par. A mi timidez innata se le añadió su portentosa presencia que me paralizó por completo y me impidió razonar con claridad. Estuve unos diez minutos moviéndome entre estanterías y mesas, como pollo sin cabeza, aguardando a que los nervios que me bloqueaban cedieran y pudiera sentarme delante de ella. Vencí mi propia resistencia y caminé apresuradamente hacia su mesa. A dos metros disminuí la marcha progresivamente hasta que me senté. Eva alzó la mirada y, al verme, sonrió con ironía. Me sentí rechazado al  instante, aunque, extrañamente, no desfallecí y proseguí con mi objetivo. Saqué los apuntes de la carpeta y hice ver que estudiaba como el más aplicado de los alumnos. Logré estructurar la pregunta: "¿Tienes un bolígrafo?" y obtuve una respuesta afirmativa y un bolígrafo como premio. No me aventuré a volver a dirigirle la palabra, a pesar de que surgieron las primeras miradas que fueron seguidas de leves sonrisas, hasta que ella hizo el ademán de recoger sus cosas y me lancé precipitadamente proponiéndole de ir a hacer un café en un bar cercano a la universidad. Dudó durante unos segundos y finalmente aceptó. La primera y única vez que una locura de ese calibre me ha salido bien. De la cita improvisada llegamos al día de hoy; 3 años de una intensidad feroz...

- ¿Qué piensas con esa cara tan triste? -preguntó, una presencia sentada a mi vera.

 - Que somos dos nostálgicos escudriñando en el pasado para tropezar con un resquicio de amor -le contesté con los ojos cerrados, rememorando mis anteriores pensamientos.

- ¿Lo encontraremos?

- No creo, tenemos puesta la atención en un pasado que arrastra consigo el dolor y la culpa perpetua y nos impide explorar el presente. Sería mejor abrir los ojos y toparnos cara a cara con la agradable e inesperada sorpresa del amor - concluí y abrí los ojos. Eva estaba a mi lado, como deseaba, deborándome con la mirada. Sus ojos llorosos y su cara enrojecida delataban el esfuerzo que hacia para evitar llorar.

Tras un breve silencio Eva dijo lacónicamente:

-Gracias. He de irme. Mantén los ojos cerrados.

Posó su suave mano en mi cabeza y deslizo sus dedos entre mis cabellos a la vez que su respiración agitada me advertía del acercamiento de su rostro. Sus labios salados y humedecidos por las lagrimas toparon con mi boca en un fugaz encuentro sin derecho a replica. Tan rápido como apareció el tacto carnoso de sus labios desapareció el aroma de Eva. Me incorporé y la contemple, mientras se alejaba en la penumbra, adentrándose en la ciudad.

Vuelta a la soledad de la noche... de mi vida. Me abstuve de tomar el mismo camino que Eva y preferí recorrer un sendero de tierra que se adentraba, entre arbustos y árboles, en el bosque. "¿Como había acabado así?¿Qué haría Eva?", me repetía constantemente, sin prestar atención a lo que me rodeaba, hasta que tropecé, con una rama atravesada en el camino, y caí, con las manos por delante, al suelo. Aturdido por el golpe me levanté, con un rasguño en la mano y las muñecas doloridas, y me desvié de la senda para perderme entre medio de los árboles. A cada paso oía el crujir de las ramas secas bajo mis pies y la presencia de unos ojos vigilandome. Me daba la vuelta y comprobaba que estaba equivocado. Seguía solo. Las espesas copas de los arboles impedían que la luz blanquecina de la luna se filtrara al interior del bosque. Andaba a tientas de tronco en tronco sin percartarme hacia donde me dirigía. Tras mucho caminar divisé, en lo alto de la ladera, lo que parecía un claro, donde la luna se exhibía en su desnudez. Subí la pendiente a cuatro patas, agarrándome a los arbustos, cuyas espinas se me clavaban en las palmas de las manos haciéndome sangrar, y, al alcanzar el llano me recliné sobre una áspera roca y contemplé el mar, difuminado en una desdibujada línea horizontal. Una figura borrosa y de silueta etérea, pero a la vez muy real, con el aspecto de las ninfas de los ríos, surgió de la espesura del bosque y, casi flotando, se posó, balanceándose, en las ramas de un pino que resistía estoicamente al borde de los acantilados. Le grité para avisarla del peligro:

- ¡Eeeeh!

No obtuve respuesta y volví a insistir.

- ¡Muchacha! Sal de ahí que es peligroso.

- Hablas como un viejo, como un dinosaurio -me contestó en un tono despreocupado.

- We are -repuse con una media sonrisa.

- ¿Qué es lo que buscas? -me preguntó volviéndose hacia mi.

-  Verdades. Pero solo hallo sospechas.

- Las grandes verdades son una gran sospecha -pronunció y juntó su manos entre sus piernas.

- ¿Como has llegado hasta ahí? -pregunté

- La gravedad y el miedo a volar es lo que te impide ascender -dijo con voz firme-. ¿Estás dejando pasar la vida o viviendola?

Preferí no responder.

- ¿Puedo preguntarte tu nombre?

- Relativista Dogmática -dijo, y sus ojos azules brillaron con claridad.

Se quitó la boina parisina que cubría su cabeza y me la entregó sin mediar palabra. Justo después se desvaneció.

viernes, 6 de julio de 2012

Tinta Azul




Se marchó, como tantas otras, dejando atrás la estela gris de una tarde borrascosa y el calor de su cuerpo mientras su recuerdo se marchitaba poco a poco. Sin percatarse penetró en mi vacío, oculto tras los muros erosionados por las decepciones, y, soltó a los perros. Agazapada, desde tu rincón, observas pacientemente como me pierdo por los caminos y desespero buscándote en las cimas y en los valles. Todo el mundo cree que soy fuerte pero es una burda mentira, una más. Tú también lo sabes y por eso huyes de mi. Mi futuro es incierto, mi pasado demasiado presente. Mismos patrones, mismas situaciones se repiten una y otra vez sin dar tregua a esta mente cansada. Atrapado en la cobardía del último paso me arrastro lánguidamente hasta tu ventana con la esperanza de encontrarte en tu habitación y verte, feliz, con él; para recrearme en mi tristeza.

Dejé de escribir y cerré el cuaderno. El sol caía ligero tras las montañas que envuelven la ciudad proporcionando sus últimos rayos y rasgando el cielo con un rastro carmesí que se perdía en el horizonte. Las farolas de  alrededor empezaron a encenderse mientras una paloma grisácea se colaba entre los viandantes sumidos en sus móviles caminaban con paso uniforme, como autómatas, se detenían en el paso de cebra y continuaban su marcha. A pesar de que empezó a refrescar yo seguía sudando. Con la vista puesta en la boca de metro aguardaba a que llegaran las dos parejas. Unas horas antes Eva me había llamado preguntándome si quería ir con Javi, una amiga suya y su novio al museo de arte nacional que era  gratis porque hacían noche de puertas abiertas. En teoría esa misma noche había quedado con unos amigos para ir al bar donde echaban el partido del Barça, pero siendo Eva quien me lo proponía, y, después de estar semanas sin verla, no pude, ni quise negarme. ¿Quien sabía lo que podía pasar?

Unas manos finas me cubrieron los ojos y sentí una respiración entrecortada cerca de mi oreja izquierda que al instante se transformó en una voz melosa preguntándome:

- ¿Quién soy?

- Eva -contesté secamente debido a la tensión que me producía tenerla tan cerca.

- Que soso llegas a ser, Max - me dijo alargándome la mano para ayudarme a levantarme.

 Sus dulces ojos negros sondeaban mi timidez tratando de predecir mi siguiente reacción. El flequillo enmarañado le caía por la frente hasta rozar sus arqueadas pestañas y su corta melena se hallaba sujeta en un moño anclado por un diminuto lápiz sin punta. La nariz respingona encajaba a la perfección con la armonía de las facciones de su cara y enlazaba con elegancia sus ojos con sus labios rosados, como sus mofletes. Me mantuve en silencio y guardé el cuaderno en la mochila. Eva me abrazo y me susurro al oído unas palabras que me desconcertaron:

- No temas, ya estoy aquí.

- Nadie te esperaba -mintió mi orgullo.

Silencio.

- ¿Y Javi? - le pregunté separándome de ella con rechazo.

- Javi ahora viene con Edgar y Natalia. Me he adelantado a ellos para estar a solas contigo -dijo provocativa acercándose de nuevo.

- ¿Estás bien con él?

- Bien -afirmó con una mueca de desaprobación que afeaba su rostro.- Este jueves me llevó a cenar a un restaurante con conciertos jazz en vivo, aunque a Javi le aburre ya conoces mi pasión por el jazz, y me propuso que al volver de Suecia buscáramos un piso y nos fuéramos a vivir los dos juntos.

- Se ve que está muy enamorado de ti -dije con malicia, hurgando en nuestra particular herida, adelantándome a mi inminente debacle; otro más.- ¿Qué harás?

- No lo sé, no quiero dar este paso todavía. Prefiero seguir como hasta ahora; cada uno en su piso compartido e irnos viendo unos días a la semana. Sin agobios. Imagínate que sale mal y rompemos. ¿Que haríamos entonces? Los pisos son caros...

No completó la frase y evitó darme una respuesta clara y contundente. Se notaba que estaba agitada al hablar de ello. En medio de aquel mar embravecido me aferré a la madera llena de astillas que desaparecía por momentos entre las violentas olas. Con el trascurso de los días las ilusiones y proyectos, junto a Eva, que había albergado en mi interior fueron siendo desterrados por el pensamiento de que para Eva fui un desliz que no llegaba ni a la categoría de amante. Será de ese tipo de personas tan actuales que pueden dividir sexo de amor, me decía a mi mismo. Me los imaginaba, a Javi y a Eva, yendo al cine, después tomando copas en los chiringuitos de la playa con sus amigos, riendo y mostrando su felicidad, y al volver al piso de Javi disfrutando de una noche de sexo pasional y salvaje que concluiría con el cigarro de rigor. En mis fantasías siempre eran felices y practicaban el sexo más placentero que se pueda soñar porque así, de forma inconsciente, aumenta mi dolor y mi culpa ¿Y el cigarro? Pues le daba el toque de película llena de clichés que aumentaba el patetismo de mi situación. Su ausencia me lo confirmaba y me propuse olvidarla. Pero entonces su llamada, y ahora estas palabras. Las suposiciones agoreras quedaron olvidadas al instante y me lancé de cabeza a la remota posibilidad de avanzar en mis relaciones con Eva. Era débil. Volví a golpear en el mismo lugar:

-  Eva ¿seguro que estás bien con Javi?

- Sí... -encendió un cigarro y empezó a fumárselo con ansiedad.- No, a ti no te quiero mentir, a ti no. Estoy harta de mentirle a todos y aparentar lo que no soy. Tu eres especial para mi... no quiero empezar a mentir contigo también. Si insistes ya lo debes intuir; no estoy bien con Javi. Hace unos meses que discutimos por tonterías cada vez que estamos a solas. Delante de los amigos representamos bien el papel de pareja idílica pero cuando ya no estáis volvemos a los enfados y las malas caras. No lo aguanto. El Javi del principio ya no existe. Ayer estuvo hablando por el facebook con una amiga suya, conmigo delante ¿Te lo puedes creer? Y claro, me enfadé y discutimos una vez más. Esta situación es insostenible. Decimos que cambiaremos pero el primero que no lo hace es él. Ya nada es lo mismo. Creo que lo tendré que...

- ¿Enfadada?¿ No estarás hablando de tus padres? -le interrumpió Javi, que había llegado junto a la otra pareja y lucia una sonrisa cándida.

Eva se asustó y dio un salto hacia delante chocando conmigo y quemándome la piel con el cigarro.

- ¡Joder! ¡Vigila! -grité mientras me apartaba y me frotaba el brazo.

Eva, olvidándose de la presencia de Javi, se me acercó y empezó a besarme la piel marcada por el cigarro hasta que se giró y besó a Javi con afectada pasión. Poco después se hicieron las correspondientes presentaciones. Natalia y Edgar se llaman. Ella de aspecto delicado, grandes ojos y cara pequeña con una peca cerca de la comisura del labio. Él de rostro rollizo, torso abultado y piernas cortas. Ella licenciada en filología inglesa; idioma que sólo sirve para crear palabras que se usaran en masa aun desconociendo su significado y que merecería ser relegado al nivel  del griego koiné. Él licenciado en periodismo; nombre con el que se conoce la carrera donde se enseña a filtrar, ocultar y censurar las noticias y servir como correa transmisora de los mensajes del poder hacia los ciudadanos. Hasta aquí llegaron mis preguntas de cortesía. Frente a aquellos triunfadores fabricados para el éxito me sobrevino una sensación de estancamiento vital, parecía que me mantenía dando vueltas en círculos, abriendo las mismas puertas y chocando contra los mismos muros para acabar en el mismo punto de partida. Dejé de mostrarme interesado y me relegué a una posición apartada de todos ellos para contemplarlos en su felicidad. Felizmente alienados.

A lo lejos se vislumbraba el final del paseo y el inicio de las escaleras que conducían al museo todo ello con un fondo colorido proporcionado por la fuente ornamental que hacía las delicias de los turistas una noche a la semana. Eva y Natalia cuchichearon algo y de golpe se lanzaron a la carrera. La camiseta de tirantes azul marino con encaje de Eva me permitía ver como se alejaba su tatuaje que representaba una espiral y debajo el símbolo infinito. Javi al darse cuenta que la perdía se apresuró a correr lo más rápido que pudo para detenerla. Me quedé a solas con Edgar que no aguantó mucho el silencio y inició una conversación banal.


- ¿Qué crees que hará el Barça esta noche?

- Perder -dije mirando al horizonte buscando la silueta de Eva.

- Hoy gana sin despeinarse. Te lo digo yo- dijo y me dio un golpe con el puño en el brazo.

- ¿Te lo ha dicho una de tus fuentes que no puedes revelar por tus principios éticos? - le pregunté irritado por el golpe.

- Las fuentes las utilizo para apostar dinero en los partidos y para tirarme faroles al dar las noticias. Para hablar contigo no las necesito -respondió con aires de grandeza.

- Ni yo necesito hablar contigo -le corté tajante.

- ¡Eh! Tranquilo, que sólo estaba sacándote tema de conversación porque te he visto muy apartado- me reprochó y ladeó la cabeza señalándome una zona vacía del paseo.

- No te preocupes, estoy exiliado en el Castillo.

No me volvió a dirigir la palabra. Estaría pensando a que castillo habría hecho referencia. Lástima que no supiera que el Castillo es ficción, entonces entendería la profundidad de mis palabras y no me tomaría por un simple loco. Tras subir las primeras escaleras nos encontramos a Javi y Eva, cogidos de la mano y a  Natalia absortos por la fuente; de donde no cesaban de brotar infinidad de surtidores que lanzaban agua, de todos los colores, a gran altura. Para redondear el espectáculo unos amplificadores colocados estratégicamente en diversos puntos cerca de la fuente reproducían la música de los 80. Me alejé en dirección al museo, para evitar tener que escuchar las rimas imposibles de las canciones, y los demás me siguieron por mimetismo; bien agarrados, como mandan los cánones, no fuera que a alguien se le ocurriera escaparse.


Entramos por la puerta de cristal y nos sumergimos en la masa de personas que iban de una sala a otra del museo. Unos preferían el gótico, otros el contemporáneo, otros... y todos ellos discutían sobre las grandezas del arte y sus mensajes. Para mi todo aquello era mercancía para mentes inquietas. Lo mayor aproximación al arte se quedó en las cuevas. Dejamos los bolsos y la mochila en el ropero y allí decidieron que primero querían ir al la sala de arte románico. Nos hallábamos en el amplio salón cuando desde el auditorio que se encontraba justo al fondo de la sala se abrió paso el sonido pesado y grave de un contrabajo y detrás de él  las notas disonantes y saltarinas de una trompeta con sordina. A Eva se le iluminaron los ojos y volvió a salir corriendo; esta vez hacia el auditorio.

- ¿Qué es esa música? -preguntó Edgar señalando con el dedo el lugar de donde provenía el sonido.

- Jazz, amigo, jazz -contestó Javi con una sonrisa.

De las pocas ocasiones en que había salido con Javi saqué la conclusión de que, él, sólo sabía sonreír y mostrar su ingenuidad sin ningún reparo. Al cabo de unos minutos regresó Eva rebosante de alegría.

- Hay una chica joven que está cantando acompañada de una banda de jazz - dijo tocándose el cabello.

- ¿Una joven de 40 años? - preguntó Natalia con ironía.

- No, de las que tienen la piel tersa y las tetas firmes -contestó Eva riendo.-Voy al concierto.

- ¡Hemos quedado para ir a ver arte! -protestó Javi.

- Id vosotros tres y cuando cierren nos encontramos en los bancos de piedra que hay al salir, cerca del césped. Carlos me acompaña que a él también le apasiona el jazz -dijo mientras me guiñaba un ojo.

Eran las primeras noticias que tenía sobre mi pasión por el jazz.

- Como quieras -dijo resignado Javi -¿Todos de acuerdo?

- Sí -respondieron al unísono Natalia y Edgar.

Al fin podía estar a solas con Eva. Eso era lo único que había anhelado durante tantos días y tantas noches de insomnio dando vueltas en la cama. Poco importaba lo que podía suceder a partir de ese momento. Nunca hubiera imaginado poder lograrlo de nuevo. Nos despedimos alli mismo y nos separamos por unas horas hasta el cierre del museo. Eva y yo estuvimos charlando animadamente hasta llegar al auditorio:

- ¿Apasionado del jazz? Louis Armstrong es todo lo que conozco de jazz -reí.

- Con conocerlo ya es suficiente razón para que me acompañes - dijo y entrelazó su brazo con el mio.-A ellos tres ni les suena el nombre. Creen que la música se limita a lo que sale en los anuncios de cerveza  y lo que escuchan los fines de semana en sus discotecas alternativas.

- Sí, esos grupos que tocan todos igual y sus letras hablan de gin tonics . Deberían llamarse: Los Mierdas. Y aún correríamos el riesgo de que nos intentaran vender que tocan punk. Donde no hay mata no hay patata.

- Gin tonic y punk; he de probarlo -rió al imaginar la escena.

Sin darnos cuenta habíamos entrado al auditorio. Tenía la forma de un circo romano con unas pequeñas gradas en los laterales, la de la izquierda repleta de gente, una gran bóveda que coronaba el techo que cubría el recinto y un ascensor que daba acceso al gallinero y a unas salas del museo. Dando la espalda a la grada habían montado un pequeño escenario donde una banda compuesta por: un guitarrista, un batería, dos saxofonistas y la cantante ponían a punto los instrumentos y hacían pruebas de sonido. Delante suyo se extendían varias hileras de sillas, ocupadas por público expectante y de expresión sosegada. De la barra se acercaban, a las últimas filas, algunas personas sosteniendo en la mano una copa de cava para observar de cerca los próximos acontecimientos. Los cámaras se posicionaban y colocaban sus trípodes para grabar la actuación y los fotógrafos sopesaban el mejor lugar para una instantánea. La cantante, una chica de unos 15 años que todavía conservaba los rasgos característicos de la niñez, cogió el micrófono y se dispuso a hablar:

-  ¡Buenas noches a todos y gracias por venir! Os vamos a interpretar varias canciones de nuestro nuevo disco y algunas de las canciones más reconocibles del jazz. Esperamos que os gusten - dijo tímidamente, agarró la trompeta que tenía cerca de sus pies y inició el concierto.

Ahora comprendía el entusiasmo con el que hablaba Eva del jazz. Caos en estado puro que se autogestionaba obteniendo un placer y una belleza inigualables. Los músicos transmitían su intensidad a los instrumentos y estos a ti; cuando empezabas a adentrarte en la energía de la melodía y alcanzaba las cotas altas de la exaltación más vehemente, de golpe, se transformaba en relax absoluto y parecía desfallecer. Pasabas de la euforia al ensueño en un abrir y cerrar de ojos. Pero todo ello sin estridencias, de manera elegante y con sentido; fluía por la sala. Me pegué a Eva con la intención de meter mis brazos por su camiseta hasta que alcanzar su ombligo y así protegerla con mi cuerpo mientras ella apoyaba su cabeza en mi pecho. Quería sentirla tan cercana a mi piel como sentía la música; ser un todo con Eva. Su cuerpo vibraba con cada nota, golpeaba con las sandalias el suelo y sus manos se acercaban a mi cara hasta acariciarla. No podía ser más feliz; la persona que quería, aunque era una percepción no una seguridad, en mis brazos y la banda tocando una música deliciosa que sacudía todo mi cuerpo y no me permitía que me mostrases indiferente ante aquel espectáculo casi místico. Las canciones se sucedían, cada una con su peculiar singularidad que hacía sumergirme con gozo en aquel estilo tan desconocido por mi hasta la fecha. Inconscientemente asocié el jazz con Eva. Desde entonces al escuchar este tipo de música se me aparece la imagen de Eva y el recuerdo de este primer día y el de tantos otros. Entre tanto la cantante cesó de cantar y cogió la trompeta, la alzó, miró al techo y dio la señal para que los demás músicos la siguieran. Eva reconoció la canción.

- ¡Escucha! ¡Es Louis Armstrong! -dijo, con gran entusiasmo, mientras se revolvía entre mis brazos, y me besó sin tapujos, con la emoción de quien ha obtenido su recompensa.

El beso me desconcertó y me mantuve unos segundos indeciso a causa del asombro que me produjo Eva al lanzarse de aquella forma tan directa; no lo había previsto. Otra agradable sorpresa en un día que apuntaba a rutinario. Eva al notar mi perplejidad fue separando lentamente sus labios pero al fin reaccioné y volví a unirlos bruscamente; chocaron nuestros labios, chocaron nuestros dientes y chocaron nuestras lenguas formando una unión indivisible alentada por la música que se adentraba en nuestros pechos. Adaptamos los besos al ritmo de las canciones y a su duración sin que ninguno de los dos diera muestras de cansancio. Hubiéramos estado besándonos eternamente si los músicos no hubieran dejado de tocar.

Eva me acarició y indicó con el dedo indice el fondo del recinto a la izquierda. Borracho de felicidad me encamine hacia los baños. Si una observadora mordaz hubiera contemplado la escena les comentaría a sus acompañantes que yo parecía uno de los niños que, en el cuento, seguía despreocupado al flautista de Hamelín. No le faltaba razón. No sé porque extraña causa acababa haciendo lo que Eva quería. Nos separamos y cada uno entro en su correspondiente lavabo. No tenía demasiadas ganas de mear pero una vez de lleno en el asunto algo salió. Me la observé y pensé: "y yo con estos pelos". Me reí a carcajada limpia al reconocer hasta donde alcanzaba la influencia de Eva. Me lavé las manos y salí afuera para esperarla. Los espectadores del concierto continuaban en su propia atmósfera ajenos a lo que les rodeaba. Transcurrieron los minutos y nadie salía del lavabo de mujeres. La idea de que, en cualquier momento, apareciera Javi y me viera me inquietaba. No sabría que responderle si me preguntaba que hacía aquí plantado. Eva no daba señales de vida. Me armé de valor y entre en el baño implorando no encontrarme a nadie excepto a Eva. Me recibió un blanco impoluto y resplandeciente; ninguna persona. Tras una breve observación me di cuenta de que una de las puertas se hallaba cerrada y todas las demás abiertas. Mi primer impulso fue decir Eva pero me contuve y guardé silencio. Se escuchaba una respiración entrecortada proveniente del lavabo con el pestillo echado. Me metí en el de al lado para subirme en la taza, sacar la cabeza por encima de la pared que los separaba y ver quien emitía aquellos sonidos.

Era Eva, como suponía. Se había bajado los pantalones y las bragas a la altura de las rodillas y movía, con desenfreno, sus dedos alrededor del clítoris. Tenía toda la cara enrojecida y sudorosa debido al placer y al calor. Incluso en aquella situación Eva me parecía la mujer más hermosa que jamás había visto. Era tan excitante observar como se masturbaba que no me contuve y me desabroché el pantalón con la intención de pajearme yo también. Yo era el perro de Paulov y Eva la campanilla y ahora, esta, sonaba. Empecé a salivar:

- ¿Necesita ayuda señorita?

Eva dirigió, al techo, una mirada aterrorizada creyendo que alguien la había pillado mientras se masturbaba. Hubiera sido lo más normal en un lugar público pero tuvo la suerte de encontrarme a mi.

- ¡Joder Max! Qué susto... pensaba que eras un segurata ¿Has de surgir de la nada en los momentos menos oportunos? - me recriminó.

- Con lo preocupado que me tenías porque no salías y te encuentro aquí dentro haciendo dedillos. Que sucia eres. Ábreme, venga, no nos quedemos los dos a medias - le dije bajando de la taza y aguardando a que abriera.

Al instante quitó el pestillo, me agarró de la camiseta y me empujo adentro con ella. Apretujados nos fuimos colocando como pudimos; yo me senté en la taza con el pene erecto y ella se quedó de pie manoseándose el coño.No me cansaba de admirarla ¡Ah! Y conservaba el mostacho; mi perdición. No se lo pensó dos veces, se acercó a mi, entrelazó sus brazos por detrás de mi cuello y fue sentándose poco a poco, dejando entrar mi polla con suavidad, hasta que encajamos completamente. Busqué su cuerpo por debajo de su ropa y mis manos resbalaron debido al sudor que desprendíamos. Unos movimientos pausados al comenzar que dieron paso a unas sacudidas intensas y un balanceo furioso. No descuidamos los besos que iban y venían sin demasiada coordinación y los intercalábamos con discretos gemidos pegados a la oreja, lametones en el cuello, mordiscos en los labios y discretos gemidos que hacían las delicias de los dos. El rumor de la música se apagó y nos dejó solos con nuestros propios sonidos. Por chocante que parezca en aquel váter se creó una intimidad muy especial mezclada con unos toques de locura y lujuria muy atrayentes. Me levante y la puse de pie, los dos cara a cara, intentando no sacarla de dentro, cosa que no logré y pareció contrariar a Eva. Me agache un poco hasta colocarme a su altura y se la metí sin mediar palabra. Flexionaba las piernas como si me hubieran programado para ello. Se oyeron los aplausos de los espectadores satisfechos por el concierto. Absurdamente los aplausos me animaron y me dieron fuerzas y penetré a Eva con más ardor. Noté como su interior se contraía con cada arremetida dificultándome la próxima y incrementando el placer que sentía. Gotas enormes caían por mi frente y se precipitaban sobre la blusa de Eva; todo mi ser quería conectar con Eva. Los aplausos cesaron y Eva me abrazó con gran energía. Pegó sus labios a mi oreja y me susurro en un suspiro: "te quiero". Aquello fue el detonante, no aguanté más. Me corrí en su interior con una sensanción de plenitud y realización máxima; mis aspiraciones intimas y casi secretas cumplidas. Los aplausos finalizaron.

Permanecimos ,de pie, abrazados y al parecer, al fin, tomamos consciencia de donde nos encontrábamos y lo arriesgado de quedarse allí por más tiempo. Eva se limpió, con papel higiénico, el semen que le goteaba, se vistió y salió, no sin antes besarme toda la cara y mirarme por última vez con sus ojillos, marrones, rebosantes de felicidad. Mientras acababa de vestirme recibí un sms de Eva: "He visto a Javi. Intenta al salir ir por la parte de arriba y sentarte en los bancos donde había gente. Yo lo distraeré hasta que te sientes". Eva, sin quererlo,  me devolvía de la forma más cruel a la puta realidad. Lo que habíamos vivido hasta ese instante ya no importaba. La figura de Javi cobró una envergadura desmesurada. Era el obstáculo que me impedía perpetuarme con Eva; una montaña que había que coronar y descender. Que felicidad tan efímera.

Me escabullí entre la gente y subí a toda prisa las escaleras que conducían al gallinero. Desde arriba se podía observar toda la platea pero evité hacerlo por si, en un descuido, Javi me veía. Corrí, pegado a la pared, por el lateral hasta que llegué sudoroso a la zona de bancos. Me senté en el primer sitio libre que encontré. Los espectadores se levantaban y se marchaban ya que el concierto había acabado. Alrededor mio quedaron 4 personas. La gente se aglomeraban en el escenario esperando su turno para hablar con los músicos. Metidos de lleno en aquel remolino vislumbré a Javi y Eva, besándose. "Bonita forma de distraerlo", pensé. No se podía negar que era efectiva y perversa a la vez. Sabía que la iba a ver y que me jodería. ¿Qué era para ella esta noche juntos? No quería ni planteármelo. Desvié la mirada tratando de evitar contemplar aquel espectáculo y cerca de mis pies encontré una hoja de papel escrita. La cogí. La habían arrancado de un cuaderno. Me detuve a leerla:

Erase un loco. Erase un libro. Erase una noche. Erase un loco que escribió un libro en una noche. Cada palabra era una gota de lluvia que rociaba los cristales. Esa tormenta única, la de cada noche de verano. Pero él solo contaba con una noche. Con una tormenta y un puñado de gotas de agua. Dicen que tragedia era el genero de sus escritos. Yo prefiero denominarlo comedia mal entendida. Pues hasta el peor de los sucesos tiene un pequeño lucero. Pues en la más absoluta oscuridad es donde mejor se puede apreciar la luz. La esperanza es la cara mal vista de un loco que se dedica a escribir tragedias en una noche de tormenta de verano.

Relativista Dogmática.

A medida que mis ojos se deslizaban por las letras menudas una sonrisa afloró en mi cara y concluyó en risa al leer el seudónimo. Relativista Dogmatica si que fue un lucero en aquella oscura noche. Con que habilidad había tejido aquel pequeño tapiz lleno de belleza y conocimiento profundo. Tuve ganas de ser aquel loco escritor de tragedias y ser libre escribiendo sobre mis obsesiones y mis taras. Al parecer Eva me escuchó reir:

-¡Max!¡Ven! -gritó, desde abajo, Eva alzando los brazos para que la viera mejor.