martes, 8 de mayo de 2012

Robert Walser - Laúd

En el laúd toco recuerdos. Es un instrumento insignificante, con un sonido que es siempre uno y el mismo. Es un sonido unas veces largo, otras breve, otras remolón, otras ligero. Respira pausadamente, o bien se supera a sí mismo dando un presuroso brinco. Es triste y alegre. Lo único extraño es que cuando suena melancólico, me hace reir, y cuando es alegre y salta, no puedo evitar el llanto. ¿Ha habido alguna vez un sonido semejante? ¿Alguna vez se ha tocado instrumento tan extraño? Apenas se lo puede coger en la mano; las manos, aun las más suaves y delicadamente formadas, son demasiado toscas para hacerlo. Tiene cuerdas de una figura y tenuidad inefables. En comparación, los cabellos son cabestros. Hay un chiquillo que sabe tocarlo; y yo, que tengo tiempo para tumbarme con el oído atento, me pongo a escucharlo. Toca día y noche, sin pensar en comer ni beber, hasta muy entrada la noche y en pleno día. De la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El tiempo, para él, no tiene otra misión que la de pasar rozándolo como un sonido. Y así como yo lo escucho tocar, él, cuando toca, escucha todo el tiempo a su amada, el sonido de su instrumento. Jamás enamorado alguno ha escuchado con tanta fidelidad, con tanta constancia. Qué dulce es prestar oído al que es todo oídos, observar al enamorado, sentir al olvidado junto a uno mismo. El chiquillo es el artista; el recuerdo, su instrumento; la noche, su espacio; el sueño, su tiempo; y los sonidos a los que da vida son sus solícitos criados, que hablan de él a los ávidos oídos del mundo. Yo soy sólo oído, un oído indeciblemente emocionado.