viernes, 28 de enero de 2011

Robert Walser

“Las potentes manos del destino lo arrebataron del mundo, que le resultaba demasiado pequeño, y lo lanzaron por sobre el borde de lo inteligible hacia la locura, en cuyos abismos luminosos, benévolos, poblados de fuegos fatuos, se precipitó con furia de gigante para luego adormecerse por siempre en una dulce dispersión y oscuridad.”
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" Qué viejo había sido ya de joven! ¡Cómo la conciencia de no tener un hogar en ningún sitio había logrado paralizarlo y asfixiarlo interiormente! ¡Qué hermoso era pertenecer a alguien en el odio o en la impaciencia, en el amor o en la melancolía! Un triste entusiasmo se apoderaba de Joseph siempre que desde alguna ventana abierta sentía que el mágico calor de un hogar se reflejaba en él, el solitario, el errante, el apátrida, de pie en medio de la calle fría. "
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"Pero ¿acaso es sensato expresarse con claridad? ¡Oh, cómo me tortura el sol en su cénit! Ella lleva ahora un sombrero de paja y camina algo inclinada, con paso indeciso. La gente insegura puede desconcertar a la gente segura. Es decir, la gente segura convierte en segura a la gente insegura. ¿Tiene de veras el arte la misión de hacer flaquear con las flaquezas?".
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"A veces me comporto de manera algo frívola, como ayer, cuando me presenté en la imponente mansión de una gran dama. La casa merece el título de hotel.
Pregunté por la señora y, cuando la tuve enfrente, le pedí un mendrugo de pan. Estaba hambriento".
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"Al suave viento del Este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre. Los idealistas descansaban tiesos en sus tumbas, implacable realidad. Qué cruel y afilada es mi pluma".

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