domingo, 25 de marzo de 2012

Se busca


Había transcurrido una semana desde lo sucedido con Eva y Helena. Durante ese tiempo salí de noche un par de veces y de día me encerré en casa con las luces apagadas, las persianas bajadas, el móvil desconectado y sin contestar al interfono. Con los años había logrado una independencia total de las personas, exceptuando un reducido grupo de amigos que me mantenían con los pies en la tierra. Comía a deshoras y picaba palitos de pan de pipas mientras jugaba en el ordenador o me conectaba a internet para criticar cuatro chorradas; lo que ahora llamaríamos indignarnos. Aunque la mayor parte del tiempo que me sentaba delante del ordenador lo empleaba para buscar fotos de Eva y masturbarme como un poseso. El recuerdo del polvo de Eva me perseguía a todas horas y me hizo retomar la costumbre, de adolescencia, de pajearme una vez al día como mínimo. El placer efímero no conseguía calmar todo aquel proceso de evocación, más aun, lo incrementaba produciendo que el piso, en general, y mi habitación, en particular, se me tornasen hostiles y necesitara salir al exterior. Cogía la bici aparcada en un árbol raquítico y me marchaba a dar vueltas por la ciudad sin un rumbo fijo, buscando algo o alguien excepcional que quebrara mi exilio voluntario, aunque si un destino claro; la playa. Allí me tendía sobre la arena con la esperanza de que la marea me arrastrara hasta una grieta abisal sin mas realidad que la plena oscuridad. Era completamente absurdo pero guardaba la fe de que fuera posible. Una de esas veces llamé a Alba. Supongo que quería olvidar a Eva y toda la locura precedente y dirigí mi atención hacia aquella molesta chica de la que apenas lograba recordar su cara y su escote.

Dos días después pulsé el botón del interfono (ático segundo). Tras una corta espera la voz de Alba preguntó:

-¿Quién es?

- Soy yo...

Al parecer reconoció mi voz porque abrió la puerta sin aguardar a que diera mi nombre. Escuche el estruendo de una puerta cerrándose y alguien bajando las escaleras saltandolas de dos en dos. Un grito me sacudió:

- ¡Nadie te volverá a amar jamás! ¡Nadie! - dijo con tono suave, articulando cada palabra claramente, sin titubear.

Sin que me hubiera dado cuenta pasaba por mi lado una joven menuda, pelirroja teñida y cara aniñada. Esto es lo máximo que pude retener de ella. Subí en el ascensor taciturno, absorto, reflexionando sobre las palabras que había pronunciado. ¿Quién era esa chica que parecía saber más de mi futuro que yo mismo? "Corriendo, siempre corriendo sin encontrar nada más que llanuras inertes", pensé. Algo no andaba bien. Debía conocer a esa joven costase lo que costase.

Me encontré la puerta del ático abierta y entré. Me recibió una amalgama de olores: incienso, velas aromáticas, puerro, hierbas varias... Alba apareció de la nada y me saludó con un efusivo abrazo, como si nos reencontráramos tras años de ausencia. Ahí me di cuenta de que no sabía porque estaba allí

- Justo ahora me has pillado preparando una Vichyssoise para cenar. En esta época que ya empieza a hacer calor una sopa fría refresca y además todos los ingredientes son vegetales.¿Quieres quedarte a cenar? Puedo hacer más -me ofreció educadamente.

- Me vendrá bien comer algo elaborado, que no haya pasado antes por el microondas. ¿Eres vegetariana? Porqué siempre me he preguntado si hay vida más allá del tofu.

- Si, idiota -dijo riendo. ¿Te importaría ir a por la maría que está en mi cuerto y liarme un porro? Si avanzas por el pasillo mi cuarto es la segunda puerta por la derecha. En el escritorio, justo al lado de la pantalla del ordenador hay una bolsita transparente con hierba. La primera es la habitación de mi compañera de piso, una tia rara muy celosa de su intimidad, mejor que ni te acerques.

- No fumo -contesté desde el pasillo con tranquilidad.

- Que decepción. Entiendo que no fumes tabaco porque es perjudicial para la salud y acabas enganchado fumandote 2 paquetes al día  pero la hierba es inofensiva. Te fumas tu porrete de vez en cuando y te deja en un estado de paz total. Ya verás, te hago uno, lo pruebas y si no te gusta no vuelves a fumar más.

- No insistas que no me convencerás -dije terco.

- Peor para ti -me replicó, caprichosa, alzando la voz desde la cocina.

Me adentré en la penumbra de su cuarto. Me esperaba algo acorde a las ideas de su propietaria, una habitación zen; minimalista y ordenada. Palpé en las paredes en busca del interruptor de la luz. No me costó mucho encontrarlo y una luz tenue, proporcionada por una lampara que caía del techo, me descubrió el barroco adaptado a una habitación. Era larga y estrecha, de paredes beig claro repletas de fotografías de personas y ciudades que formaban collages de  formas abstractas. Al entrar, al lado del armario, bajo una estantería repleta de libros de autoayuda, tenía un corcho donde había multitud de papeles con frases que me eran difíciles de leer porque estaban escritas con letra minúscula. La única que se leía con claridad era esta: "Un beso lo cura todo". En el suelo, a los pies de la cama, me encontré una esterilla extendida,  rodeada de velas apagadas y vigilada por la estatuilla de un buda opulento. Al fondo, en paralelo al escritorio y junto a la única ventana de la habitación, la cama con un sobrio cabecero de madera y sabanas de llamativos colores. Atravesaba la habitación vigilando con no clavarme alguna chincheta suelta, tropezarme con la ropa tirada por el suelo, no pisar los papeles desparramados... hasta que llegué al escritorio y me puse a escarbar entre libros, bolígrafos, una botella de agua, bragas y sostenes, una mochila de marca desconocida, billetes de metro, un mapa de la ciudad, desodorante, condones... Tras unos segundos encontré la bolsita de maría y se la lleve a la cocina.

- Aquí tienes -dije mientras le mostraba la bolsa y la lanzaba sobre la mesa.

- Muchas gracias -me dijo, y, complacida, me dio un beso en la mejilla, rozando la comisura del labio.

Me acomodé en una silla de esparto aguardando no sé el que. Asentado seguía con deleite las idas y venidas del cuerpo de Alba que pugnaba por liberarse de aquellos pantalones turcos . Me hablaba sobre las teorías (las mismas que hace una semana) que ella tenía sobre la felicidad, la vida, el feng shui, el karma, el yoga ... incluso fue a a su habitación a buscar un relato, que había escrito aquella misma semana, para que me lo leyera y le diera mi opinión. No me apetecía leer incongruencias.

- Lo leeré en casa para tener una idea más clara de lo que quieres expresar y ya te diré que me ha parecido.  ¿Te ayudo en algo? -pregunté.

- No, ya he terminado. Quédate aquí que voy a por papel.

De vuelta se sentó a mi lado con las piernas cruzadas y se lió un porro. Me ofreció una calada y volví a rechazarla.

- ¿Tu compañera de piso no será una chica pelirroja? -le interrogué.

- Sí. Es sociable pero me da la sensación de que me oculta algo. Casi nunca coincidimos en el piso porque ella suele llegar tarde y se pasa las mañanas durmiendo y cuando se levanta no me explica nada de lo que ha echo el día anterior. Tampoco trae chicos al piso, tal vez sea lesbiana. ¿Verdad que no es muy guapa? Si ya se le ha desteñido el cabello -se burló.

- A mi me ha parecido muy guapa.

- ¿Quieres conocerla? -me preguntó irónica tras una calada.

- Lo estoy deseando -le reté.

- ¿Serás capaz de abandonarme por ella?

- Te conocí hace una semana, no nos pongamos melodramáticos -reí y posé mi mano sobre su muslo. No te preocupes que si yo desaparezco me reemplazarás facilmente. El ser buitre está en alza. Vayas donde vayas hay un buitre al acecho. Como para tener novia, te descuidas un momento y solo ves una masa de tíos encima suyo.

- Que asco -hizo una mueca de desaprobación.

- Sí, el mercado anda mal. Pueden pasar meses de travesía hasta que encuentras alguien decente.

- A mi no me gusta cualquiera -dijo y me miró fijamente a los ojos como esperando una señal.

- ¿Eres feliz? -me limité a decir.

- Si ... -dudó- supongo. ¿Tu lo eres?

- Hace tiempo que no me chuto felicidad. Creo que sin libertad sólo aspiramos a una felicidad edulcorada, con los gramos prescritos de colorantes y conservantes, como un producto que se vende en un supermercado o un medicamento. Pronto llegará el día que la fabriquen y alguna industria compre su patente.

- Pues los científicos dicen que la libertad no existe, que tu inconsciente toma las decisiones por ti.

- Me paso los científicos por el forro de los cojones. Estoy entrando en un estado de misantropía permanente. Me dedicaré  a leer a Walser para poder sostener la idea de que aun se conserva la belleza y la pureza de espíritu. Te lo recomiendo. Escribió novelas, relatos cortos, poesías. Te gustará.

- Lo leeré.

- Y en cuanto a películas: "Requiem for a Dream". Hasta aquí mis recomendaciones de hoy.

- Hasta aquí el programa de hoy -bromeó.

- No me vería nadie y el programa duraría menos de un mes. Me obligarían a salir en pelotas para que subiera la audiencia y para despedir el programa me contonearía sobre un podio. Entonces habría un 100 % de quota de pantalla y tendría colas de fans acechándome a las puertas de mi casa. Hasta que una fan loca me pegara un tiro y me moriría desangrado camino del hospital.

- Jajajaj -rió con soltura. Pero morirías deseado por todas y todos.

- Vaya mierda. Yo que quería pasar discretamente. Ep, por lo menos que me maten antes de los 30. O sino me daré a la bebida y moriré de cirrosis. O mejor; me pegaré un tiro en la cabeza con una escopeta como Hemingway y antes me dejaré su barba de marinero que es muy molonguis. Tendré la cabeza destrozada pero una barba presentable. Luego fabricarán camisetas con mi cara y saldrán supuestos amigos explicando intimidades.

- Cuando mueras saldrán los vecinos a decir: uy si era una persona normal.

- Jjaja. También, también, eso nunca falta.

- Claro que no.

- Y miles de amantes; todo tías, aunque fuera gay. Y una china que queda exótico.

- Da igual tu no le haces ascos a ninguna.

- A piñón; cada día 5. Tengo una trampilla en la habitación y cuando estoy le doy a la palanca y aviso a la ama de llaves para que me traiga la siguiente.

- ¿Soy yo la siguiente? - me acarició el pelo y me besó jugueteando con su lengua en medio de una espiral de excitación y vicio.

Todo se precipitó, sin tiempo para percatarnos de lo que ocurría nos encontramos desnudos en la cocina, morreandonos y magreandonos. Frotaba, con descaro, mi polla erecta con su pubis totalmente depilado aumentando aun más el ardor de los dos. Otras veces le metía un dedo en el coño y al sacarlo le daba a probar sus fluidos que me transmitía en el siguiente beso. El piso olía a sexo. Agarrándome del cimbrel recorrió el trozo que separaba la cocina de cuarto de baño hasta plantarse delante del espejo. Desnuda, de pie, frente al espejo se palpaba los pechos y pasando una mano por su melena me preguntó:

- ¿Te parezco atractiva?

- Espectacular -alcancé a decir.

Era bellísima, no cabía duda. Poseía un cuerpo estilizado y sinuoso donde nada faltaba ni sobraba. Pero mi delirante mente se entrometió y se produjo en Alba una metamorfosis; en su cara confluían tres rostros conocidos. Con insistencia aparecía la cara de Eva, seguida de la pelirroja y relegando a un plano menor la de Alba. Extraordinario, podría follarme a las tres a la vez.

Continuamos besandonos y masturbandonos mutuamente mientras nos dirigíamos, a oscuras, a la habitación. No aguantaba más, me iban a explotar los huevos de tanto esperar a metersela. Encendió las velas aromáticas del suelo y, en cuanto acabó, la lancé directa a la cama. Ella sonrió, conocedora del próximo paso. Me planté encima suyo y me dispuse a penetrarla con calma. Adaptado a un ritmo constante alternaba la visión de las caras con la de mi polla entrando y saliendo de su coño. En medio de mi ritual una voz familiar me interrumpió:

- No esperaba que me follarías de esta forma -exclamo entre gemidos.

- Yo tampoco -dije, seco, deseando que callara para volver a concentrarme.

- He de probar contigo el...

Le tapé la boca con un beso y le clavé las uñas en la espalda hasta que lo único que se escucho en el cuarto fue el crujir, a cada movimiento, de aquella cama destartalada. Coloqué los brazos como si fuera a hacer flexiones y golpeé su interior con rudeza provocando un grito de dolor y placer. Tras un minuto desistí; mi condición física era deplorable, hacía mucho que no follaba con tanta regularidad. Alba se percató y se colocó encima. Me tenía a su merced y sabiendose dominadora volvió con su cháchara:

- En cuanto te vi ya me imaginé que serías así -dijo con gran satisfacción.

- ¿No has dicho lo contrario hace un momento?

- Imposible. Tengo ojo clínico para los tíos.

- Seguro.

- No pienses que soy de las fáciles por hacerlo en la primera cita.

- Si te tranquiliza no lo pensaré -me limité a decir sin mucho entusiasmo.

- Eres un encanto cariño -dijo y me besó el pecho lascivamente.

Aquella cacatúa que estaba más pendiente de hablar que de follar me producía una rabia exagerada.

- ¿Es seguro? -pregunté.

- ¿Como que si es seguro?

- Que si te ha bajado la regla hace poco.

- Hace dos semanas que me bajó, creo que todavía es seguro -dijo, confusa, sin mirarme a los ojos.

- ¿Crees? -pregunté enfurecido por su respuesta.

Sentía repulsión por ella y por mi mismo al verme en aquella situación. ¿Sería una profeta la pelirroja? Sus palabras me trastornaban y se repetían a cada instante que aparecía su cara o la de Eva coronando aquel cuerpo de maniquí.

Alba empezó a gemir como una loca y en ese preciso instante me incorporé de la cama con ella agarrada a mi cuello y la encasté contra la ventana. Unas breves e intensas sacudidas y me desprendí de todo. Me corrí dentro, entre la sorpresa y el horror de ella, y, mi fugaz placer y una fría sensación que recorría mi espinazo adelantandose al vacío posterior. Volví a ver unos ojos alicaidos; siempre esos ojos tristes que se despedían de mi.

- Lo siento -escuché que decía una voz culpable, como el rumor apagado de un eco.

Exhausto me eché en la cama, arropado por las sabanas. No quería palabras, ni ruidos... solamente que sonara la melodía de una cajita de música que me permitiera sumirme en el olvido.

viernes, 2 de marzo de 2012

Silencios de una noche


Después de los pertinentes abrazos y besos  Eva vino, agitada, directa a la cocina. Al pasar por mi lado me agarro de la mano con violencia y me condujo hasta el cuartito de la lavadora. Cerró la puerta corredera de cristal y golpeó el cubo de la ropa sucia con el pie.

- ¿Que pretendes con tu actitud?¡Disimula! Se van a enterar de lo que ha pasado esta tarde. Pon otra cara cuando entres al comedor y relacionate con nuestros amigos. No te olvides de saludar a Javi que se alegrará mucho al verte.

- Estoy absolutamente convencido de que se alegrara al ver mi bonita cara. Ahora me presentaré y hablaré con todos como si los conociera desde antes que nacieran. Todo sea por ti -contesté mientras abría la puerta para ir al comedor.

- Así me gusta.

Y me besó fugazmente, en un suspiro eterno. Eva se quedo en la cocina preparando las velas del pastel y yo me presenté en sociedad. En aquel piso se habían reunido las amistades más próximas de Javi y Eva; unas un tanto remilgadas, otros encantados de haberse conocido, un opositor a bufón, una mística, unos desconocidos de ojos rojos... y un par de amigos y una amiga que me eran conocidos. La flor y nata de nuestra generación en una habitación; todos ellos sobresocializados, incluso yo. Me peiné con la mano y fui saludando uno a una los allí presentes hasta que llegué a Javi. Me aguardaba levantado con los brazos extendidos hacia mi y con la felicidad por cara. Sin mirarlo demasiado avancé hacia él y nos fundimos en un largo abrazo; sentía que en cualquier momento me clavaría un puñal, pero no fue así. Mi mirada se dirigía a la cocina, de donde surgió Eva, con una sonrisa pletórica, llevando el pastel. Nos sentamos alrededor de la mesa cantando y aplaudiendo,como si tuviéramos 10 años, esperando a que Javi soplara las velas y empezara a repartir trozos del pastel.

A mi lado, unos ojos apagados, lacia melena, pantalones turcos y voluminoso escote; se sentó, con las piernas cruzadas, la mística, que, sin mediar palabra, me reveló su vocación de escritora underground. "Tant underground que no te debes leer ni tu", pensé. Ella continuó explicándome sus historietas; que si sus personajes tenían vida propia y habían logrado encontrarse con su yo interior y transmitían la alegría de vivir; que si evitaban todo tipo de confrontación y no existía maldad en ellos... y no sé que más estupideces. "Que pretenciosa. Creerá que escribe bien. ¿A caso sus personajes son libres? O sólo andan dando tumbos sin una idea definida en su cabeza y picoteando de todo lo que le proponen. ¿A caso no es ella así? Otra de tantas iluminadas que encuentran un molde y se enquistan en él. Que tía más odiosa", discurría sin prestar mucha atención a lo que me decía. De  fondo oía el murmullo lejano y entrecortado de los otros invitados que hablaban distendidamente:

- Me encanta tu peinado. ¿Eres gay?

- Pásame un tripi.

- Pollas, coños, tetas operadas, almejas enlatadas,  mazorcas de maíz...

- ¿Palomitas?

- ¿Cuando se come?

- ¡Todas putas!

- ¡Y todos putos!

- ¿Un mechero?

- Tenéis que mirar el vídeo del caballo y el alemán.

- Yo prefiero el de Van Gogh.

- ¡Callar que no oigo a mi novio!

- Zzzzzzzz.

- Ayer perdimos 5-0 contra el equipo de casados. Jose se torció el tobillo intentando despejar un balón cuando estaba sólo; ese seria el resumen de nuestro equipo.

- ¿Solteros contra casados?¿Eso no es para gente de 40 años para arriba?

- Lo que te debería de extrañar es que queden casados todavía. Vamos por los 30, si no los hemos pasado ya, y los matrimonios no duran más de 3 años. Todos nuestros amigos barra amigas se han divorciado, rejuntado, puesto los cuernos, visitan la consulta de un psicólogo... podría seguir y no terminar nunca.¿Quien aguanta con su pareja? Tu y yo que acabamos de empezar?

"Al fin alguien sensato" pensé y bostecé ampliamente mostrando los empastes. Ella, Alba creo que se llamaba, seguía dando la lata con sus proclamas sacadas de cualquier libro de autoayuda ignorando que hacía largo rato que no la escuchaba y que observaba, con las manos en los bolsillos, su generoso escote. Dando muestras de mi educación me levanté sin despedirme de ella  y me encaminé, de nuevo, a la cocina; a vaciar los armarios para prepararme un bocata de chorizo. En un rincón apartado del salón, sentada en un taburete, se hallaba aquella chica que mandaba callar a todos con su voz de pito. En efecto, hablaba con su novio que se había transformado en una pantalla rectangular con teclado. Algo así le decía al ordenador:

- Dime que me amas -suplicaba encarecidamente con la cara triste.

- Te amo -decía el ordenador maquinalmente.

Al escucharlo sonrió convencida de que su novio la amaba. Al ver tal despropósito me entraron ganas de coger el ordenador, tirarlo por la ventana y mear sobre él por si quedaba algún circuito funcionando pero supe controlarme y resignado reflexioné sobre lo triste de rogar esas palabras a la persona que debería decírtelas por voluntad propia. Encendí la luz de la cocina, busqué pan por los cajones y cuando me disponía a coger el chorizo apareció Alba; una belleza particular, exótica. Su atractivo era lo único que me interesaba en ella.

- ¿Por qué te marchas sin decirme nada? -parecía enojada-. Aún quería contarte como descubrí que el yoga es mi pasión y mis teorías sobre la felicidad eterna en esta vida.

- Mira, ahora estoy ocupado preparándome un delicioso bocata y no debería distraerme -dije con tono desdeñoso-. Si quieres contarme tus teorías me gustaría estar lo más atento posible para captar todos los matices. Así que te parece si te doy mi numero de teléfono y el día que sientas la necesidad de expandir tus ideas me llamas y nos vemos en tu casa. Seguro que tu cama es confortable. Apunta el numero.

Nos dimos los respectivos números y ella volvió ,con paso ligero, al comedor creyendo que me importaban sus creencias. Yo por mi parte acabé de preparar el bocata y me dispuse a devorarlo con avidez. En la habitación adyacente el bufón propuso que la fiesta continuara en una zona de la ciudad llena de locales donde sirven alcohol barato y pinchan música ruidosa. Todos se entusiasmaron con la proposición y salieron a la calle sin recoger nada de lo que habían ensuciado.

En el trayecto en metro Eva me observaba de soslayo; esquiva. A lo que yo respondía con largas e insolentes miradas que abarcaban todo su cuerpo sin preocuparme por enmascarar mis intenciones frente a Javi que no exhibía inquietud. En la parada indicada nos bajamos y me coloqué en las escaleras mecánicas detrás de Eva; para contemplar y disfrutar de sus encantos. Caminábamos apretujados subiendo las escaleras mecánicas entre codazos y empujones cuando, al inicio de estas, un cabestro comenzó a saltar sobre ellas mientras sus supuestos amigos le jaleaban. Quien andaba cerca procuraba alejarse de él que proseguía con su bailoteo hasta que, de repente, la luz se apagó y las escaleras dejaron de funcionar provocando el pánico y la histeria en las personas que se hallaban en la estación. Se sucedieron gritos y alaridos acompañados de manotazos y patadas. Era mi día de suerte. Sin más dilación pegue mi cintura al culo de Eva y deslicé mi mano por debajo de la camiseta de lino, que, por cierto, vestía con tanta soltura, a la altura del vientre. Ella me sujeto la mano como si quisiera evitar que continuara descendiendo pero cuando lo hice no opuso ninguna resistencia, es más, me estrujó el trasero con ansia. A medida que bajaba notaba su piel más aspera; restaba poco para alcanzar el punto cardinal. Mis dedos detectaron unos pelos que raspaban y aceleré; el tacto era blando y a ella le temblaron las piernas. Mientras proseguía con mi tarea y fantaseaba sobre el próximo paso regresó la luz. "Malditos lampistas", blasfemé en un susurro imperceptible. Desprevenido me aparté como pude de ella y fingí estar mirando la publicidad de las paredes. Creo que nadie se percató de lo que había acontecido unos segundos antes entre nosotros dos.

Emergimos a la superficie. Era una noche húmeda y fresca, tintada de naranja por las farolas que nos escoltaban en cada calle, la luna insinuaba nuestras sombras en un futuro no muy lejano e incierto. Me junté con el grupo de Javi para acercarme a Eva y apreciar su presencia. Él ignoraba por completo la escaramuza de esa misma tarde y el roce de unos minutos antes, se sentía dichoso por tener la mejor novia que jamás hubiera soñado. Supongo que ni se imaginaba que Eva pudiera hacer algo así y menos con un introvertido, solitario, frío y zafio como yo. Eso creía él, iluso. Rezagados,una pareja venía discutiendo acaloradamente y armando alboroto. Me sorprendió que Eva se detuviera y los esperara para hablar con ellos porque no recordaba haberlos visto en la fiesta. Más tarde me enteré que ella, se llamaba Elena, era amiga de Eva y había coincidido con nuestro grupo de casualidad. También supe gracias a Elena que discutía con el novio por: "no permitirle ni mirar al frente por si cruzaba miradas con algún chico". Vaya, un celoso empedernido que prefiere que su pareja se hunda con él a hundirse solo. Gentes miserables que se odian a si mismo.

A los cinco minutos de caminata llegamos a una calle de aceras anchas, sin arboles, con baches en el asfalto y cuatro farolas a lo largo de ella., confiriendo un aspecto siniestro a la zona. El punto luminoso de referencia   lo establecía el rotulo gigante de neón del bar al que nos encaminábamos. En la puerta se amontonaban, como balas de paja, multitud de gente anclada al suelo fumándose un cigarro. Otros formaban tumultos ruidosos que intentaban burlar al portero. Una vez dentro el paisaje también admitía una comparación rural; una pocilga. El edificio inicialmente, allá en el siglo pasado, se construyó para albergar una fabrica textil pero al cernirse la crisis sobre el textil paso a estar abandonado, hasta que un empresario (ahora llamados emprendedores que suena mejor) de la noche lo compró y lo reconvirtió en un bar musical. En el piso de abajo: la barra que abarca la totalidad de la pared de la derecha, las mesas y las sillas ocupando el espacio central, una pequeña pista de baile al fondo y los futbolines y el billar maltrecho al lado y debajo de las escaleras metálicas que conducen a la planta superior. En ella se había proyectado una zona para vips que no prosperó porque no la pisó ni uno de esos supuestos vips. Ahora la ocupaban los de vejiga ligera, ya que allí colocaron los baños, y los borrachines ávidos de intimidad.

A cada paso crujían cristales de botellas a nuestros pies y se nos enganchaban los zapatos al suelo pegajoso por las bebidas vertidas en él. Grandes y pequeños grupos tirados por las mesas; bebiendo, gritando, cantando y durmiendo. Unimos unas mesas libres, cercanas a los futbolines y algunos fueron a pedir a la barra calimocho y litronas. Elena se sentó frente a mi, parecía compungida y distraída. Una birra tras otra y terminamos borrachos y gritando incoherencias. Eva y Javi, sin mediar palabra, comenzaron a besarse frenéticamente. En ese momento sentí una inmensa rabia corroyendo mi ser. Rabia y dolor al ver aquellos dos besándose con desenfreno sin importarles quien les miraba. No entendía la razón por la cual reaccioné de esa manera. Me entraron nauseas. Subí de dos en dos los escalones y me encerré en el baño."Ésta ciudad se va a la mierda y nosotros con ella, cosa que no parece preocuparnos demasiado, incluso alentamos a que prosigan desvirtuando todo hasta convertirlo en un producto irreal, en prostitución.Vendidos miserablemente por nada, somos mediocres y yo encabezo la lista.", pensaba aguardando el vomito con la cabeza metida en la taza y oliendo el meado. Vomité un par de veces. Me enjuagué la boca con el agua cobriza del grifo del lavabo y retorné a mi sitio. Allí seguían ellos besándose y tocándose, en los demás ni me fijé. El estomago rugía de nuevo y me marché en busca del consuelo de la noche.

Iluminada por la la luz del neón, sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, encontré a Elena. Se cubría el rostro con las manos y sollozaba. A su alrededor revoloteaban buitres deseosos de carne fresca. Me senté a su lado y le acaricié la pierna esperando a que se calmara para poder preguntarle porqué lloraba. Después de unos minutos de tensa espera, Elena, con la cara crispada y los ojos rojos, se marchó en dirección a la nave abandonada, desprovista de techo y tomada por la vegetación, que se vislumbraba al final del la calle. Desde la lejanía gritó:

- ¡Ven aquí, que aquí se está bien!

Hipnotizado por sus palabras y aún bajo los efectos del alcohol me encaminé hacia ella con la cabeza gacha, como un perro sumiso. No me acuerdo muy bien de que lo que pasó a continuación. Por mi cabeza aún transitan imágenes inconexas de momentos muertos que no logro relacionar. Elena se abalanzó sobre mi llorando desconsolada y me abrazó con desespero. Creo que me dijo que su novio se había liado con otra. Vete a saber. Ya más calmada me susurró algo al oído y empezó a lamerlo y a besarme por el cuello y el rostro hasta que coincidieron nuestros labios y  nuestras lenguas se enfrascaron en una lucha virulenta y ardorosa. No reconocía a Elena, se me presentaba como un ser borroso y desconocido. No tenía intención de trujármela pero ella palpó en mis pantalones y empezó frotar con empeño, como si se tratara de la lampara mágica y anhelara que surgiera el genio de ella. A pesar de mi deplorable estado, milagrosamente, se me levantó y ella, que ya se había desvestido por completo (no sé como, ni cuando), me montó salvajemente. Sus formas eran rudas, se movía  de una manera descompasada y rehuía mi mirada. No demostraba que estuviera disfrutando, exhibía el dolor y el cansancio sin pudor y una sonrisa desdeñosa afeaba su cara. Había bebido demasiado y mi polla no aguantó muchos bamboleos. Rapidamente se tornó flácida. A Elena no pareció preocuparle, se apartó de mi, se vistió y se reclinó en la pared. Esa noche no volvió a dirigirme la palabra.

Me acomodé en su pecho, miré al cielo, cerré los ojos y me sumí en un profundo sueño amparado por las pocas estrellas que se asomaban a la inmensidad y parecían querer desprenderse del cielo, cual lágrimas que se deslizan por una mejilla infinita.

Marzo Negro