martes, 21 de junio de 2011

El hombre del abrigo marron - Sherwood Anderson

Napoleón entró en la batalla a caballo.
Alejandro entró en la batalla a caballo.
El general Grant descabalgó y caminó por un bosque.
El general Hindenburg subió una colina.
La luna salió por detrás de una mata de arbustos.

Estoy escribiendo una historia de cosas que hacen los hombres. Ya he escrito tres historias por el estilo y todavía soy muy joven. Ya llevo escritas trescientas, cuatrocientas mil palabras.

Mi mujer está en algún lugar de esta casa en la que llevo horas sentado escribiendo. Es una mujer alta de cabello oscuro, tirando un poco gris últimamente. Escuchen, está subiendo las escaleras con cuidado. Se pasa el día yendo con cuidado de un lado a otro, haciendo las tareas del hogar en nuestra casa.

Llegué a esta ciudad desde otra ciudad, en Iowa. Mi padre era un trabajador, pintaba casas. No prosperó en el mundo como lo he hecho yo. Yo me labré mi camino en la universidad y llegué a ser historiador. Somos propietarios de esta casa en la que me encuentro sentado. Esta es mi habitación, en la que trabajo. Ya llevo escritas tres historias de gente. He contado cómo se formaron los estados y cómo se luchó en las batallas. Puede encontrar mis libros bien derechos en los estantes de las bibliotecas. Están de pie como centinelas.

Soy alto como mi mujer y tengo los hombros un poco encorvados. Aunque escribo con audacia, soy un hombre tímido. Me gusta trabajar solo en esta habitación con la puerta cerrada. Aquí hay muchos libros. Las naciones avanzan y retroceden en los libros. Aquí hay silencio pero en los libros prosigue un gran estruendo.

Napoleón desciende una colina a caballo y entra en batalla.
El general Grant camina por un bosque.
Alejandro desciende una colina a caballo y entra en batalla.

Mi mujer tiene un modo de mirar muy serio, casi severo. En ocasiones, los pensamientos que tengo con respecto a ella me asustan. Por la tarde, sale de nuestro hogar y se va a pasear. A veces se va de compras, a veces a visitar a algún vecino. Hay una casa amarilla frente a la nuestra. Mi mujer sale por la puerta lateral y pasa por la calle entre nuestra casa y la amarilla.

La puerta lateral de nuestra casa da un golpe. Hay un momento de espera. El rostro de mi mujer flota sobre el fondo amarillo de un cuadro.

El general Pershing descendió una colina a caballo y entró en batalla.
Alejandro descendió una colina a caballo y entró en batalla.

Las pequeñas cosas se hacen grandes en mi mente. La ventana frente a mi escritorio enmarca un pequeño espacio como si fuera un cuadro. Todos los días me siento y observo. Espero con la extraña sensación de algo inminente. Mi mano tiembla. El rostro que flota sobre la pintura hace algo que no entiendo. El rostro que flota sobre la pintura hace algo que no entiendo. El rostro flota, luego se para. Va de derecha a izquierda y luego se para.

El rostro entra y sale de mi mente, el rostro flota en mi mente. Mis dedos dejan caer la pluma. La casa está en silencio. Los ojos del rostro flotante se apartan de mí.

Mi mujer es una muchacha que llegó a esta ciudad desde otra ciudad en el estado de Ohio. Tenemos una criada, pero a menudo mi mujer barre el suelo y a veces hace la cama en la que dormimos juntos. Al anochecer nos sentamos juntos, pero no la conozco. No puedo arrancarme de mí mismo. Llevo un abrigo marrón y no puedo salir de mi abrigo. No puedo salir de mí mismo. Mi mujer es muy amable y habla con delicadeza, pero no puede salir de sí misma.

Mi mujer ha salido de casa. No sabe que yo conozco hasta el menor pensamiento de su vida. Sé lo que pensaba cuando era una niña y caminaba por las calles de una ciudad de Ohio. He oído las voces de su mente. He oído las vocecitas. He oído la voz del miedo gritar cuando por primera vez la sorprendió la pasión y se acurrucó en mis brazos. De nuevo oí las voces del miedo cuando sus labios salían palabras de coraje para mí mientras estábamos sentados juntos en el primer anochecer después de nuestra boda, cuando acabábamos de mudarnos a esta casa.

Sería extraño que pudiera estar sentado aquí, como hago ahora, mientras mi propio rostro roza el cuadro que forman la casa amarilla y mi ventana. Sería extraño y hermoso que pudiera encontrarme con mi esposa, llegar ante su presencia.

La mujer cuyo rostro flota sobre mi cuadro ahora mismo no sabe nada de mí. Yo no sé nada de ella. Ha desaparecido, por una calle. Las voces de su mente están hablando. Yo estoy en esta habitación, tan solo como nunca lo estuvo un hombre creado por Dios.

Sería extraño y hermoso que mi rostro pudiera flotar sobre mi cuadro. Que mi rostro flotante pudiera salir a su encuentro, al encuentro de cualquier hombre o mujer, sería extraño y hermoso que sucediera algo así.

Napoleón descendió hacia la batalla a caballo.
El general Grant se adentró en un bosque.
Alejandro descendió hacia la batalla a caballo.

Les digo que... A veces toda la vida de este mundo flota en un rostro humano en mi mente. El rostro inconsciente del mundo se para en seco y se detiene ante mí.

¿Por qué no les digo a los demás una sola palabra que proceda de mí mismo? ¿Por qué, en toda nuestra vida juntos, jamás he sido capaz de romper el muro que me separa de mi esposa? Ya llevo escritas trescientas, cuatrocientas mil palabras. ¿Acaso no hay palabras que conduzcan a la vida? Tengo que hablar conmigo. Tal vez algún día haga un testamento para mí.



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