El zar Pedro se encontró con un mujik en el bosque. El mujik estaba cortando leña.
El zar le dijo:
- ¡Que Dios te ayude, mujik!
El mujik respondió:
- Buena falta me hace.
El zar le preguntó:
- ¿Sois muchos en casa?
- Tengo dos hijos y dos hijas.
- Entonces no sois tantos. ¿Qué haces con tu dinero?
- Lo divido en tres partes: con una pago deudas, con otra hago préstamos y la tercera la arrojo al agua.
El zar se quedó pensativo, pero no logró entender el significado de lo que el viejo le había dicho: que con una parte del dinero pagaba deudas, con otra hacía préstamos y la tercera la arrojaba al agua.
El viejo dijo:
- Cuando digo que pago deudas, me refiero a que doy de comer a mi padre y a mi madre; cuando digo que hago préstamos, me refiero a que doy de comer a mis hijos; y cuando digo que arrojo una parte al agua, me refiero a que crío a mis hijas.
El zar dijo:
- Tienes buena cabeza, anciano. Ahora llévame fuera del bosque, hasta los campos; no encuentro el camino.
El mujik dijo:
- Tu mismo lo encontrarás; ve recto, luego gira a la derecha, luego a la izquierda y luego otra vez a la derecha.
El zar dijo:
- No te entiendo; condúceme tú.
- Yo, señor, no os conduciré a ninguna parte; a los campesinos cada día nos cuesta caro.
- Bueno, si cuesta caro, te pagaré.
- En ese caso, vamos.
Se sentaon en el cabriolé y partieron.
Por el camino, el zar preguntó al mujik:
- ¿Has ido muy lejos, mujik?
- He estado en alguna parte.
- ¿Has visto el zar?
- No, y bien que me gustaría.
- En cuanto salgamos al campo, lo verás.
- ¿Y cómo lo reconoceré?
- Todos tendran la cabeza descubierta menos él.
He aquí que que salieron a los campos. Cuando los súbditos vieron al zar, se quitaron la gorra. El mujik abrió mucho los ojos, pero no vio al zar.
De modo que preguntó:
- Pero ¿dónde está el zar?
Y el zar Pedro le dijo:
- Como ves, sólo nosotros dos tenemos la gorra puesta. Así que uno de los dos es el zar.
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